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El amo de la oscuridad

Celtic Frost / Foto: black.stilettos

Por: Javier Carrillo (@GoofyPinche).

Por donde se le mire, Thomas Gabriel Fischer es el amo de la oscuridad. No sólo fue el patrón en bandas que marcaron una brecha a seguir hoy explotada desde todos los ángulos posibles y en los sitios más recónditos de este decadente planeta, sino que actualmente, a sus 50 años, el suizo continúa demostrando que las sombras viven dentro de él, y que lo mejor son sus tácticas sonoras para darles salida.

Celtic Frost / Foto: black.stilettos
Celtic Frost / Foto: black.stilettos

Tom G. Warrior, como se conoce al guitarrista y vocalista desde la vieja escuela, fue el cerebro de Hellhammer y Celtic Frost (CF), bandas avant-garde que con su audacia e infinita búsqueda desarrollaron y definieron estilos, y aun cuando las carreras de éstas fueron más bien intermitentes tanto por sus cambios de alineaciones como por sus discos irregulares y hasta extrañas decisiones musicales (como el álbum glam de CF, Cold lake), en contexto sus disparos dieron más veces en el blanco y eso le bastó para dejar en la historia y la memoria colectiva, en un breve lapso, obras portentosas hoy citadas como influencia por muchas, muchísimas agrupaciones. Desde el emblemático EP de Hellhammer Apocalyptic raids, de 1984 (y su memorable portada del rey diablo con dos pitos), hasta el respetable regreso de CF casi 20 años después con Monotheist (2006), pasando por el clasicazo Morbid tales (1984 ) y el formidable To Mega Therion, de 1985 (con la herética imagen al frente cortesía de H. R. Giger, artista igualmente originario del país del chocolate y el “cuchillo del soldado”).

Precursor en el metal extremo y pionero en estilo vocal del death metal, incluso hasta en menesteres de pintarse exageradamente los ojos o arriesgarse con el extraño cover de Wall of Voodoo con CF, “Mexican radio”, el paso de don Thomas por este valle de sombras ha sido talentosamente diverso y también ha tocado a muchos otros. Desde sus libros de memorias Are You Morbid? Into the Pandemonium of Celtic Frost y Only death is real, pasando por el hecho de que la banda de thrash Coroner salió de su road crew (y participó con ellos en su demo), hasta el cumplir uno de los sueños húmedos de Dave Grohl y su proyecto-tributo-metalero Probot, al empuñar el micrófono en “Big sky”. No es gratis, pues, que se encuentre en el puesto 32 de los mejores guitarristas de metal en la publicación Guitar World, y en 2010 recibió el Premio a la Inspiración por parte de la revista Metal Hammer.

Probot Portada

De estilo inigualable, sus expediciones sónicas lo han visto incursionar en muchísimos ritmos. Aparte de descubrir al mundo las bases del black, death y doom metal, le metió candela al EBM y el industrial con su proyecto Apollyon Sun, junto con el explotar las sensibilidades góticas e inspirarse en Charles Baudelaire para su lírica en más de una ocasión. Visionario y revolucionario, él es un estandarte cuyo hábitat natural son las catacumbas, por más que hoy sea venerado en todo el mundo. Lo sabe y no deja de plasmarlo en cada obra o empresa bajo el alias que sea, y por ellos su expresión sería una digna banda sonora para los relatos más disparatados salidos de las plumas de Poe, August Derleth, Frank Belknap Long, Clark Ashton Smith y, obviamente, el genio de Providence, Howard Phillips Lovecraft.

Personaje incansable, no es de extrañar que el arrebato más reciente del músico venga imbuido con su mejor sello por todas partes. Después de las broncas y posterior desilusión del fugaz regreso de CF, ensambló a Triptykon en 2008 y con su debut, Eparistera daimones (2010), comprobó que sigue siendo el dueño de las tinieblas. Si bien a Thomas nunca le ha temblado la mano para meterse en cualquier terreno por más extraño que parezca, en su nuevo grupo aplica sin piedad todo ese arte por el cual es reconocido y admirado y así, sin rodeos, junto con V. Santura (guitarra, vocales), Vanja Slajh (bajo, vocales) y Norman Lonhard (batería y precusiones), dio vida a un grupazo. Es la postura metalera del arcano maestro en el género, y el motivo de este texto, a fin de cuentas, es la segunda declaración de principios de esta banda.

Triptykon en Roadburn durante 2010 / Foto: Allan Vogue.
Triptykon en Roadburn durante 2010 / Foto: Allan Vogue.

Aparte de contar otra vez en la portada con el arte de su compatriota Giger («Mordor VII»), Melana chasmata, aun careciendo de la sensación de furia en su debut y metiéndole más atmósferas y matices, es una obra digna de su predecesora. Ahora más sólidos y amalgamados, la pasión en este álbum se palpa en cada track. Combinando más rapidez con pasajes etéreos de largo aliento, las penumbras prevalecen en el modus operandi de ese existencialismo al borde de un barroquismo tan puro y maldito que traspasa la piel. En su encomiable afán por hacer de Triptykon una continuación natural de Celtic Frost, dominan los tempos medios y lentos intercalados con un thrash por momentos desbocado, además de pasajes experimentales (a la “Danse macabre”), electrizantes voces femeninas, existencialismo, depresión, demonología en una épica oscura, atmósferas terroríficas mezcladas con sicodelia delirante, además de su patentado black, death, y un doom aplastante, denso, como extraído de rituales paganos y primitivos. Esotérico, filoso y oscuro como la obsidiana tallada sin más fin que causar daños, Melana chasmata suda maldad a chorros con negros trancazos de autoridad.

Fluidas progresiones de guitarras y un base firme y precisa encarnan una deleitable aberración diabólica, pesada y dramática, y contrario a las bandas “contemporáneas”, que buscan recrear el aura primigenia del black metal con intencionadas malas producciones, reluce en su sonido una pulcritud notable en su atención a los detalles, a cargo nuevamente de Tom G. Warrior y V. Santura. “I’m too blind to perceive the blindness in my mind” regurgita la voz en “Waiting”, pero sus lances literarios alcanzan a hoyos negros, cielos oscuros e infinitos, la plaga humana, el sufrimiento divino, luces que se marchitan, miseria y dolor, el peso de los días, mantos de nieve negra, dioses invisibles, huesos calcinados y amores perdidos, que se desbordan en episodios bautizados como “Tree of suffocating souls”, “Altar of deceit”, “Aurorae” e “In the sleep of death”, y que son una prueba irrefutable de que Thomas Gabriel Fischer, o Tom G. Warrior, o como se le ocurra llamarse para cada embate, continúa como el maestro de lo oculto, el amo y señor de las tinieblas, ese valiente que no teme hurgar en las sombras para extraer lo mejor de ellas. Es el demonio con el don de ejercer la oscuridad de la manera más brillante.

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