Por: Hugokoatl Galván (@AtonalAtono).
Todos hemos oído hablar de los premios Grammy pero no todos los vemos con buenos ojos… u oídos. El Grammy es a la industria de la música estadounidense lo que los Oscar para la industria cinematográfica: el “máximo” galardón. Pero ojo, desde la perspectiva gringa. Gracias a la hegemonía o súper poderío de Estados Unidos en ambas industrias, sus premios son vistos también como los “grandes” premios del mundo.
La mano que mece la cuna de los Grammy es la National Academy of Recording Arts and Sciences (NARAS), es algo así como la Amprofón en México. NARAS se dedica no sólo a organizar premios, eso sólo es la parte más visible de su chamba. Sus integrantes (músicos, productores, ingenieros, publicistas y muchos, muchos, usureros disqueros) se dedican a preservar, conservar, actualizar, calificar, apoyar y exponer lo que se realiza en cuestión de grabación de audio en el país del Tío Sam.
Sus premios, representados por un gramófono, son altamente reconocidos en el mundo, que no es lo mismo que queridos. Recordemos que hasta Los Borbotones ganaron uno, cuya única utilidad fue servir como moneda a Homero Simpon para comprar un champán. Esa escena de la serie de la familia amarilla manifiesta perfectamente la –poca- la credibilidad que sectores del periodismo musical y los propios músicos tienen hacia los premios Grammy. Sin embargo, estamos al pendiente de sus nominaciones y premiaciones.
No sé qué signifique esto, no creo que signifique nada – Eddy Vedder (Pearl Jam; 1996).
El año pasado, un grupo canadiense hizo cierto ruido en la historia de estos premios: Arcade Fire ganó en la terna de Álbum del año. No se trata de cualquier terna, esa es LA categoría de estos premios. ¿Qué tiene de maravilloso este hecho? Recordemos, en la NARAS hay mucha gente de pantalón largo, camisa y corbata, es decir, el lado más mercadológico y comercial de la música: las disqueras. Ellos son parte del jurado que emite un voto para, primero, elegir a los nominados a cada terna y, segundo, seleccionar al afortunado ganador.
Así, por lo general, quienes ganan el Grammy a Mejor álbum del año y muchas otras de sus categorías son músicos, productores o ingenieros que trabajan para alguna de las cuatro grandes disqueras (Sony, EMI, Universal y Waner) o alguna de sus filiales o subsellos, no los músicos independientes. Esa es una crítica recurrente hacia los Grammy: los premios siempre terminan en las estanterías de las disqueras grandes. Ha habido excepciones en la que un disco independiente es galardonado como Mejor álbum del año, una de ellas esta:
Ocurrió en 1979. Saturday Nigh Fever, la película, recaudó 237 millones de dólares y al soundtrack le fue tan bien que se hizo de un Grammy. Lo curioso es que la grabación es de RSP, una minidisquera formada por Robert Stigwood, un músico de teatro. Pero aquí entra otra de las críticas comunes hacia los Grammy: son para los discos más vendidos.
En resumen: los Grammy premian, según las objeciones, 1) a los discos de las disqueras grandes; 2) a los discos más comerciales –de hecho, parece ser que el punto 1 y 2 son lo mismo-. En 2011, Arcade Fire pareció cambiar la historia. The Suburbs, el álbum por el que ganaron su premio, ni fue el disco más vendido del año 2010 ni fue financiado por una disquera grande. Además, tomemos en cuenta el contexto: la tendencia musical del momento –por no decir “moda”- es ser independiente, indie por sonar más apocopado.
Por ello, el premio no fue sólo para Arcade Fire. Lo cargó y vitoreó todo el mundo de la independencia musical. Parecía una victoria sobre las fuerzas del mal de la comercialidad musical. Había que tallarse los ojos: ¿Arcade Fire, una banda independiente, ganaba el Grammy a Mejor álbum del año?
Y al sur del Río Bravo
¿Es posible que en los premios Grammy Latino un independentista gane un premio en la terna de Mejor álbum del año? Este 2012 sí lo es: Carla Morrison, de Cosmica Records, está nominada por Déjenme Llorar, el disco.
No la tiene fácil, va contra Ricardo Arjona, Bebe, Chico Buarque, ChocQuibTown, Jesse & Joy, Juan Luis Guerra, Reik, Arturo Sandoval y un verdadero peso pesado –no es sarcasmo- Caetano Veloso.
La norteña tiene otra cosa en contra: no suena “latina”. El pronóstico es que su música no ganará porque su obra es melancólica y azotada –aunque de calidad- y, sobre todo, no suena lo suficiente a aquello que el estereotipo marca como música “latina”, es decir, que ponga bailar a medio mundo y que en alguna parte de la letra diga “caliente” o “sabroso” –o las dos-.
La instancia encargada de entregar el Grammy Latino es la Academia Latina de la Grabación (LARAS por sus siglas en inglich). Es lo mismito que la NARAS pero dirigida a los latino men y latino women. En ese mismito viene incluido que los premios se entregan a aquello que viene de las disqueras grandes y/o lo que es más comercial.
Lamentablemente, algunos sectores de la industria musical de Estados Unidos aún sostienen que la música que se hace al sur del Río Bravo debe sonar a lo que ellos llaman latin music. Y es a esa música a la que premian: la que se apega al estereotipo. Por ello, los pro-indie latinoamericanos no deberían emocionarse. Es probable que Carla Morrison gane, está nominada, eso es obvio, pero que alce el gramófono dorado, así como Arcade Fire, está perro.
A final de cuentas, ¿para qué querría la hinchada indie latina la basura gringa?
La ceremonia de premiación será el 15 de noviembre en Las Vegas. Para conocer a los nominados, clic acá: http://www.latingrammy.com/en/winners