Por: Javier Carrillo @GoofyPinche
El sonido de Cobalt es denso y ardiente, como lava devorando metros en su camino cuesta abajo. Su black metal es ruidoso, de guitarras lentas, ritualistas y demoledoras, y es también uno de los vehículos sonoros en los que está montado el multiinstrumentalista nativo de Colorado Erik Wunder, en donde comparte créditos con Phil McSorley, pero debido al poco espacio que tiene este último por sus labores militares para dedicar al grupo de marras, el tiempo que le sobra a Wunder lo aplica de buena manera en otra válvula de escape, la banda Man’s Gin, y su álbum Rebellion hymns es el pretexto perfecto para este texto.
La asociación musical con la ginebra insertada en el nombre de Wunder, Scott Edward y Josh Lozano, es difícil de catalogar. Si se va uno a la fácil, podría decir que son un proyecto de folk-rock de alto voltaje, pero si se busca etiquetarse o definirse, tiene uno para rascarse la cabeza tres días seguidos. En las canciones de Man’s Gin lo único que debe esperarse es lo inesperado, y ahí entran lo mismo estructuras de sicodelia que dosis de dureza sureña, lo mismo delirios acústicos que arrebatos folclóricos dignos de un gitano borracho de penas. Pasan del sosiego seductor e hipnotizante a un sobresalto de emociones sin cocinar, impulsado por aires de hecatombe. Imaginen en una batidora estos elementos: Deadboy & The Elephantmen, piano, slide guitar, Nick Cave, contrabajos, bongóes, Alice in Chains, chelos, Eddie Vedder, saxofones, Tom Waits, acordeones, violines, Johnny Cash, armónicas, y el mejor veneno que encuentren en casa. Mézclenlos, y el resultado apenas más o menos refleja el sonido de Man’s Gin.
Contrario a su anterior disco, Smiling dogs (2010), armado con la misma esencia pero sobre una base musical menos diversa, en Rebellion Hymns se soltaron la correa y aunque el resultado es un arma de dos filos —por momentos inyecta una sensación de falta de cohesión, incluso con interludios que antes que enlazar la idea la entorpecen—, en el contexto sale ileso, no sin raspaduras, pero lo rescata su constante búsqueda de medios para expulsar los sentimientos en un espíritu aventurero, dinámico y variado. Son temas de largo aliento a los que avivan la introspección, la desesperación, la obstinación, el odio y la frustración, con la urgencia tatuada en una voz sumida en varios niveles de la angustia, que incluso hace pensar en ocasiones en un demonio barítono metido a crooner. Este álbum es, por ponerlo de algún modo, la versión más eléctricamente rústica de los infiernos de Wunder.
«There’s no sun rising» se repite como mantra entre un llanto de cuerdas en la canción «Off the coast of Sicily», y esa es la sensación que domina el disco, una lírica de la desazón que pone todo a oscuras, pero en lo musical es la variación en formas de un talento honesto y osado lo que destaca, y buenos ejemplos de ello son la dolida «Varicose», la voluble «Inspiration», la zozobra que arrastra “Deer Head & the Rain”, la tenebrosa dupla que forman piano y voz en la implacable «Old house (bark at the moonwalk)», y una de las más «accesibles» en el repertorio, «Never do the neon lights», con instrumentos en estampida y voces a la grunge.
Producido por Andrew Schneider, quien ha movido los botones de la consola para grupos como Pelican y Converge, más una brillante lista de invitados, como su compinche McSorley, la ex Swan Jarboe, Bruce Lamont (Yakuza), y John LaMaccia (Candiria), Rebellion hymns resulta buen compilado de un terror sónico cargadamente emocional y ominosamente personal. Una oscura nube impregna este álbum, y meterse en él es como dar un lúgubre paseo por las amenazadoras y frías ruinas del cementerio de Carcosa, aquella mítica ciudad invención del escritor Ambrose Bierce, en donde apenas se ve el Sol y domina la vista una llanura de extrañas rocas, árboles muertos y lápidas carcomidas