Con el paso de los años a Motörhead le basta con ser Motörhead
Lemmy Kilmister desafía casi todas las leyes de la naturaleza. A sus casi 68 años, el inglés sigue bebiendo como si tuviera el hígado de Robocop y fumando como si tuviera blindados los pulmones. Y además, sigue tocando su estruendoso rock & roll alrededor del mundo, y además, saca discos de una manera más que prolífica, si se toma en cuenta que muchos otros, a su edad, lo único que sacan son sus dentaduras o ya no salen de sus casas sin un cobertor en las piernas.
Como si estuviera forjado en piedra, Lemmy Kilmister ‘El Invencible’, el que ha tomado a las drogas como botana y al alcohol como agua de uso, no utiliza su vida como una pose: así es y punto. El personaje honesto a quien le vale madre lo que digan o piensen al grado de dejarse fotografiar con shorts que sonrojarían a la mismísima Daisy Duke, es a la vez el sempiterno músico que se distingue por tocar muy rápido su bajo y poner los volúmenes de sus amplificadores en niveles de grosería, pero es también el mismo que hace unos meses fue sometido a una cirugía cuando suspendió su show en el festival Wacken Open Air, y la tregua obligó a instalarle un desfibrilador tras diagnosticarle una serie de arritmias.
También las piedras se cuartean, pero al parecer, fue solamente eso, una grieta, pues el aparato que lanza descargas eléctricas para controlar los latidos de su apasionado corazón le dio nueva pila para salir al ataque, y de ahí precisamente viene el nombre de su álbum más reciente: Aftershock.
La portada de la vigésimo primera entrega de Motörhead es simbólica y deja en claro una postura: el emblemático puerco bélico mascota del grupo anuncia que es capaz de vencer todo obstáculo, que es un superviviente guerrero, que aún tiene fuerzas para seguir otro rato al frente de la banda.
Y en lo musical, es un disco fiero, contundente, sólido, una salvaje descarga de decibeles y adrenalina en su mayoría armado de himnos encabronadamente veloces bajo nombres como «Heartbreaker», «Coup de grace», «End of time», «Do you believe», «Going to Mexico» y «Paralyzed», y aunque de repente baja un poco el trote, como con la semigrungera «Silence when you speak to me» y la maravilla que es «Dust and glass», que deja en boca sabores de whisky y arena, cuando Aftershock se dedica al galope lo hace con el ímpetu, furia y gónadas de un caballo de guerra, incluida la espuma en los belfos, llamas en los ojos y vigor al tope.
¿Que se parece mucho a los demás en su amplia discografía? Por supuesto, si algo ha quedado claro con el paso de los años es que a Motörhead le basta con ser Motörhead, pero aunque este disco es mejor que otros y menor que algunos más, es justamente esta manera de salvar esa arma de dos filos que es poseer un «sonido», como AC/DC y The Ramones, lo que hace que reputaciones de este calibre sigan tan campantes e intactas.
Aquí no hay espacio para la «evolución», las costumbres de siempre son las que no defraudan, energía y crudeza son sus armas, y las saben utilizar en metrallas de una pólvora que incluye punk, hard rock y heavy metal. Sin embargo, este disco tiene un sabor especial, transpira de alguna forma todo lo que ha pasado Lemmy Kilmister en los tres años de The wörld is yours a éste, reflejado en un disco más duro, comprometido, pero a la vez con tracks que hasta lo hacen parecer vulnerable (como la fabulosamente sentimental «Lost woman blues»).
Pero también, con el álbum 21 del grupo y su frontman rayando los 70 años y con el cuerpo golpeado, hacen que esto suene así de simple: el bigotón con el sombrero más venerado en el rock & roll seguirá tocando hasta que las garras de la muerte lo alcancen, y le hagan justicia al mote de leyenda que Lemmy ostenta merecidamente desde hace muchos años. Y toco madera, pero si es su último álbum, qué manera de despedirse.
Texto: Javier Carrillo.