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Un corazón indestructible

Por: Javier Carrillo (@GoofyPinche).

La línea “In rock we trust, it’s rock or bust”, extraída del tema que da nombre a esta novedad, resume una postura inquebrantable e indómita. Esa frase engloba la declaración de principios que enarbola desde su concepción la pandilla de los terribles escoceses-australianos que dieron forma a nueva manera de deletrear la constancia: AC/DC. Indestructibles, después de superar varios derechazos a la mandíbula propinados por el destino a lo largo de 40 años —un par de ellos muy recientes—, en contraparte, ese tesón y corazón dedicado al rocanrol los ha llevado a vender millones de álbumes junto con giras que revientan taquillas, y seguir mostrando un peculiar e indiscutible estilo que, a estas alturas, ya transformaron en su propia leyenda.

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Venerables sexagenarios y prácticamente piezas de museo, estos rockeros que portan con orgullo dicha definición han pasado de todo: desde miembros que se van y regresan hasta la muerte de su vocalista tras grabar un discazo, pasando por sustitutos que apenas cumplieron (¿alguien dijo Simon Wright?), diversas controversias, y un decenio que los vio pasar de noche. Sin embargo, con esa misma actitud de perros de guerra que los hizo regresar con una colosal obra de luto tras la partida de Bon Scott, así se sobrepusieron a los recientes eventos del mazazo que significó la salida forzada por un cuadro de demencia del Cerebro-De-Los-Riffs-En-El-Grupo Malcolm Young.

Guardando las distancias en las pérdidas de las filas entre Bon y el hermano de Angus, este último, imperturbable, se encargó de que la mancuerna rítmica de las guitarras no perdiera ímpetu, metió de remplazo el sobrino de ambos, Stevie —nada ajeno a la chamba, pues ya lo había sustituido en la gira de 1988—, y continuaron trabajando desde los demos que los carnales llevaban hasta el momento para mantener el buen ritmo en los latidos de la banda. El resultado: sin alcanzar la grandeza y magnitud de joyas pasadas, a Rock or bust (Columbia, 2014) le alcanza y sobra para darle un buen revolcón a ese par de baches en los que cayeron de bruces en su discografía ochentera.

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Producido al igual que el Black ice (2008) por el propio Angus y Brendan O’Brien, sería de locos esperar en este disco alguna otra cosa que no sonara (agradecidamente) a AC/DC, pero es precisamente esa vuelta a lo más básico de su sólido hard rock inyectado del blues más fiero engarzado con un boogie impetuoso, grasoso e irreverente —incluso en este CD con un poco de Led Zeppelin y The Who en el trasfondo de la esencia—, lo que imprime a su segundo álbum de estudio en catorce años una gran sensación de regresión sónica a esa época en que tronaban los estéreos con los mejores artificios de la banda. Y todo esto, a sus edades.

Rock or bust son 35 minutos de una inherencia en donde casi todo lo que sucede es magia, y esa duración es la dosis perfecta para no salirse de contexto ni meter basura. Como en sus mejores tiempos, el triunvirato de virtudes son la economía de recursos, cero indulgencias y nada de experimentaciones, y aun cuando hacia la mitad del disco se escucha parte de lo más genérico del grupo, por el contrario el comienzo y cierre son al más puro y entrañable estilo de las piruetas acostumbradas en las cuerdas de Angus Young y su mejor compañía: la aguardentosa voz de Brian Johnson, la confiable labor de soporte en el bajo de Cliff Williams y las seis cuerdas de Stevie, y los vigorosos tambores de Phil Rudd. Mis favoritas: «Rock or bust», “Play ball”, “Miss Adventure”, “Hard times” y “Sweet Candy”.

Reza un sabio refrán que “chango viejo no aprende maroma nueva”, pero afortunadamente, a estos ancestrales personajes ni falta les hace, pues es justamente ese conocido y reconocido sonido el que ya los tiene en un nicho tan familiar como eterno, precisamente, como esa figura hiperactiva en uniforme de colegial y cuernos que llega a la mente por default con el primer acorde.

El Descafeinado

Radio y magazine de música y cultura emergente ☕. Haciendo ruido desde 2009.

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