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La otra cara del monstruo: The Atomic Bitchwax

Este álbum es, en lo personal, uno de los mejores en lo que va del año, y quizá hasta en lo que va de su carrera.

Gracias a este disco de The Atomic Bitchwax (TAB), ya pueden ir agregando la palabra Gravitron en los significados de ‘Vigor’ en sus diccionarios. Y es que a la novedad del legendario trío de Neptune, Nueva Jersey, le bastan diez tracks para salpicar una sabrosa candela por todas partes y hacia todos lados.

Desde la primera nota de “Sexecutioner” se sueltan con una fuerza desbocada retumbando desde la raíz con el sello de un banda que, si vale decirse, se encontró a sí misma bastante mejorada. Con apenas su sexta obra en una trayectoria de quince años, están de regreso en los reproductores con una entrega poderosa y disfrutable, y si a Gravitron (TeePee Records, 2015) se le acomodan todo un desfile de afortunados adjetivos, es porque resultó una joyita que relumbra desde los bajos fondos de la distorsión y el virtuosismo sabiamente utilizados.

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Formado ahora por dos miembros actuales de Monster Magnet (el bajista y vocalista Chris Kosnik y el baterista Bob Pantella) y un músico paisano que orbita en sus círculos (Finn Ryan, ex Core), más que una especie de engendro del doctor Frankenstein, esta pedacera resultó la suma perfecta en las partes que dan vida a una bestia del rocanrol que presume unos músculos de puro granito. No son Atomic Magnet ni Monster Bitchwax, y en su nueva producción encontraron una vitalidad que, como los grandes alquimistas de su arte que son, convirtieron en intensidad sonora sin parangón.

Si bien en su anterior obra, The local fuzz (2011), forjaron una extensa cadena con eslabones de más de 50 riffs groseros soldados por teclados sicodélicos para formar una sola canción de largo aliento (42 minutos y pelos, y además instrumental), con Gravitron se aventaron el tiro de construir un viaje más enfocado, directo al punto y dividido en 10 episodios en los que, sin dejar de lado las canciones sin voz e incluso de menor duración global, en contexto es aún más arrebatado.

Lo suyo es y siempre han sido los riffs implacables, pero fluidos con el groove espacial más impresionante. Amantes de las florituras, estas surgen en las cuerdas con la facilidad que aparecen Oxxos en las esquinas y dan una movilidad brutal a los temas, sin dejar a un lado la fibra que imprime cada miembro desde sus pedales. Y esto es a partes iguales.

El bajo de Kosnik se dedica a lanzar líneas solitarias y admirables en el bajo, al igual que da la pauta con firmes cimientos para que la guitarra de Ryan se vaya a vagar frenéticamente por los trastes cuando no lo dobletea en la orgía de riffs, fuzz y wah, mientras Pantella conduce la zona baja con una maestría las más de las veces discreta, pero contundente.

Desde su frenético arranque hasta el corte final con el anuncio del cataclismo más tranquilo y pegajoso que es “Ice age ‘Hey baby’”, TAB puso en la mesa una vieja y reconocida influencia, pero rejuvenecida con entusiasmo, creatividad y mucho sentimiento.

El disco hechiza desde la primera puesta.

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En una alegoría llena de justicia, al igual que el mago en su portada, el disco hechiza desde la primera puesta. Sin embargo, con las escuchadas posteriores termina por hacer caer en la fascinación. El núcleo de Gravitron es una energía desbordada imposible de clasificar bajo la etiqueta con que se les reconoce, stoner, porque en su batido sonoro meten de todo, suenan retro y contemporáneos, mamando del hard rock setentero con pizcas de sicodelia aventurera en el blues, rematada por una actitud heroica en las guitarras. No usan el freno casi para nada. Es un alocado viaje con el extra de que traen de regreso el gusto por el rock, tanto por tocarlo (ellos), como por escucharlo (nosotros). Y mucho tiene que ver la producción, pues como dijo el propio Kosnik al sitio Echoesanddust.com en una entrevista:

“Es una mezcla de tecnología nueva y vieja en donde se grabó en computadora con ProTools, pero los preamps, efectos y micrófonos son vintage de los setenta y ochenta. La consola en que mezclamos se llama ‘Helios’, originalmente diseñada para mezclar en cuadrafónico, cuando este formato era popular en los setenta”.

El resultado es apabullante, un sonido brutalmente impecable.

Este álbum es, en lo personal, uno de los mejores en lo que va del año, y quizá hasta en lo que va de su carrera. Y si no fue un petardazo salido de unas explosivas ansias por tocar contenidas (como bien ejemplifica una línea de “Sexecutioner”, que grita “I’ve waited all this fucking time” con la urgencia de quien realmente necesita algo), y siguen trabajando como hasta ahora, entonces espero que duren juntos mucho, mucho tiempo, y graben muchos, muchos discos más.

Texto: Javier Carrillo

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