Imaginen un paraje de lo más hermoso y soleado, un lugar edénico en donde habitan animales fantásticos bebiendo de cristalinos lagos junto a un nutrido follaje del verde más puro existente. Ahora, visualicen exactamente lo contrario, una postal sombría, desoladora y diametralmente opuesta a ese panorama de ensueño, y tendrán una idea clara a lo que suena la nueva acometida de Conan, bautizada de manera atinada como Revengeance (Napalm Records, 2016).
Pesado como el remordimiento más atroz, el tonelaje contenido en este disco es simplemente bestial. La banda aplicó las mismas tácticas utilizadas en su entrega de 2014, Blood Eagle, pero esta vez afilaron aún más las hachas para enfrascarse en la batalla con la insaciable sed de sangre que los caracteriza y encumbra como una de las agrupaciones más brutales en el orbe metalero. Despiadados como cualquier pandilla de bárbaros que se respete, en seis tracks y 48 minutos encapsulan un peligroso catálogo de rabia, fiereza y horrores en decibelia casi indescriptibles para cualquier mortal.
El grupo de Liverpool se mueve como trío, pero en su andar asemeja una horda siempre dispuesta a destruir la próxima aldea sin más motivaciones que aplacar sus ansias de violencia. Intactos en su estilo y sentimiento a pesar de los cambios en su formación, con el nuevo baterista, Rich Lewis (sustituyendo a Paul O’Neil), el otro par, Jon Davis (guitarra y voces) y Chris Fielding (bajo y voces), se trenzan en el ataque al ritmo de guerra marcado por los tambores con chillidos y gritos a pulmón pelado para infundir aún más terror en su lance.
Al igual que miles de flechas hiriendo el cielo en cámara Phantom, sus oleadas de distorsión se descargan en el letargo, pero no por ello se convierten en empresas somníferas. Todo lo contrario. Con tonos masivos en sus riffs y murallas de feedback anuncian desastres de aplastante contundencia, que se pegan en la piel como sangre coagulada, y con un roce al drone más vehemente los británicos nunca nos liberan de su opresión ni de su tensión. Esparcen un doom mortífero, de atmósferas asesinas, que se arrastran al son de «Wrath Gauntlet”, “Thunderhoof” y “Earthenguard», agresiones de duraciones maratónicas que marchan junto con otras rebosantes de puro tuétano stoner, como “Throne of Fire”, “Revengeance”, y la oscura, castigadora y trepidante para sus estándares “Every Man is an Enemy”.
Basándose en los asaltos que le preceden ―Monnos (2012), el mentado Blood Eagle y otras piezas sueltas incluidas en splits―, quizá la única falla en Revengeance es sonar un tanto predecible, pero es a la vez, igual que los anteriores, un arte dolorosamente gozoso y fascinante. La barbarie sónica sigue firme y robusta mediante una de sus mejores armas, y bajo el apelativo de Conan ésta continúa ejecutando lo mejor que sabe hacer: triturar desde las bocinas con su potente sonido, con la saña del cruel guerrero que no se la piensa en aplastar el cráneo del caído que alza la mano rogando clemencia.
Texto: Javier Carrillo.