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Diario de un sepulturero

El panteón Guadalajara es su segunda casa, es parte de su día ver gente que llora, que se desmaya o que pierde el sentido de orientación

Flores de cempasúchil, lápidas, rezos, llanto, más llanto; eso es lo que hoy le rodea a Juan Lorenzo Vázquez Prudencio, un sepulturero del panteón Guadalajara. Él es la tercera generación de sepultureros en su familia. “Mi papá trabajaba aquí, mi abuelito también. Mi papá falleció y yo entre a raíz de su muerte”.

Foto de Juan Lorenzo Vázquez, sepulturero del panteón Guadalajara
Juan Lorenzo Vázquez, sepulturero del panteón Guadalajara. Foto: Siboney Flores.

Juan es alto, delgado, de piel morena y sonriente; su pelo canoso deja entrever su llegada al medio siglo. Lleva 14 años como sepulturero y nunca imaginó serlo. “Mi ramo de trabajo era bodeguero, yo trabajaba de montacargas, después tuve una mala rachita de trabajo, me metí al tianguis, recuerdo estaba recién casado. Y después pasó lo del accidente de mi papá, no quisiera haber entrado por lo que le pasó a mi papá… Nunca imaginé ser sepulturero”.

Juan exhuma, sepulta y hace la limpieza del panteón Guadalajara. A veces trabaja hasta 12 horas por la cantidad de cuerpos que arriban al panteón. “Un cuerpo al día es raro, casi por lo regular se sepultan de ocho a quince cuerpos diarios… aparte los que llegan al crematorio. En dos ocasiones nos ha tocado que no había cuerpos para sepultar y para nosotros es raro que no haya servicio”.

“En invierno tenemos más muertitos, por el frío y por los accidentes”. En medio de su explicación, Juan tiene que contestar su celular, le llaman para un servicio. Concentra su mirada y calcula el tiempo en voz alta. “Si es una excavación de un metro de profundidad por dos metros de largo, tardo un poco más de 20 minutos. Si es una excavación para cinco cuerpos, tardo casi dos horas. Todo depende de que tan comprimida o pesada este la tierra, entonces…”

Para Juan, el panteón Guadalajara es su segunda casa, es parte de su día ver gente que llora, que se desmaya, que pierde el sentido de orientación. “Siempre hay gente que llora, siempre, siempre”. En medio de la muerte, él solo espera dos cosas: la primera que su familia no llore el día que muera. La segunda tener una muerte tranquila. “Yo nada más le pido a Dios que me permita ver crecer a mis hijos, que me dé una muerte bonita y que mejor que sea en la noche… eso sí, yo le saco al crematorio, es que no sé, yo digo que lo que esta antes Dios, en la tierra”.

Tumba con profundidad para cinco cuerpos. Foto: Siboney Flores.
Tumba con profundidad para cinco cuerpos. Foto: Siboney Flores.

Juan tiene miedo de morir en el trabajo. “Aquí ha sucedido que estamos haciendo una excavación y se derrumba. Es que hay muros falsos y no son seguros, no has tocado que se tapan compañeros, por eso a la hora de que haces una excavación necesitas estar acompañado. Lo importante es encontrar la cara para que respire y ya enseguida el estómago para que no apriete la tierra”.

Fanático del rebaño sagrado y con el sueño de haber sido futbolista, Juan reconoce que “donde de hay billete, hay que trabajar”. Cuando sus hijos le preguntan acerca de si le gusta su trabajo, el responde con tranquilidad que es bonito, que nos es nada raro. “Mucha gente me pregunta que si no sentimos feo de nosotros hacer este servicio y no, prácticamente uno se acostumbra, como a otros trabajos que a mucha gente no les gusta, pero es una labor que tenemos que hacer”.

Juan espera poder darle su plaza de sepulturero a alguno de sus dos hijos. “Quisiera dejarle la plaza a uno de mis hijos, pero no sé ahorita la política del nuevo gobierno ya no permite heredar plazas”. Desconoce cuándo se quiere retirar del oficio, pero sabe que se jubila a los 30 años de trabajo o a los 60 años de edad, aunque menciona: “aquí hay compañeros que tienen la edad avanzada y están activos, porque nos gusta ¡Sí, es bonita la labor!”.

Texto: Siboney Flores.

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