John Mayall se mueve por humores, le toma el pulso a la canción y le da el trato adecuado, preciso.
Eterno maestro de una pasión que destila, genera y enarbola, las anécdotas que ponen color en la longeva trayectoria de John Mayall darían para escribir decenas de artículos y cientos de páginas. Sin embargo, en esta ocasión lo relevante del venerable maestro británico son las canciones que dan forma no sólo a un disco nuevo, sino a un reverendo discazo. Y a su edad.
Curtido en las filas del blues desde mediados de los sesenta, cuando participó como grupo de apoyo para Johnny Lee Hooker y Sonny Boy Williamson en su primera gira por Inglaterra ―además de codearse con otros monstruos como T-Bone Walker, Freddie King y Albert King―, el nacido en Macclesfield, Cheshire, en 1933, también ha sido mentor de grandes nombres en el rock y el blues, que pasaron por sus alineaciones en diferentes etapas, ya fuera como Bluesbreakers o en otro de sus combos. Y en el apartado de los sobresalientes se encuentran, nada más, Eric Clapton y Jack Bruce (dos tercios de Cream), Peter Green, John McVie y Mick Fleetwood (que formaron Fleetwood Mac), Mick Taylor (para después irse a los Rolling Stones), además de Harvey Mandel y Larry Taylor (curtidos instrumentistas que después formaron parte de Canned Heat), entre una extensa lista de personajes que han brillado aún más tras ser alcanzados por la magia de Mayall.
Pero todo esto es sólo para dar contexto a un talentoso cuerpo de obras: el de este decano de la destreza, el titán del himno de las penas, de los corazones rotos y del perdedor que entona sus desgracias, haciéndolo con un alma de blues en la que cada arruga de su rostro refleja la marca indeleble del arrebato y sus manos descargan como pocos ese sonido que es su hogar desde hace tanto tiempo. John Mayall se mueve por humores, le toma el pulso a la canción y le da el trato adecuado, preciso. La propia existencia le cuenta historias al oído que él transforma en pequeños relatos sonorizados que, por regla general, resultan grandiosos
Desde que puso a descansar a los Bluesbreakers hace aproximadamente diez años, Jay Davenport (batería) y Greg Rzab (bajo) son toda su banda. No necesita más que este par de avezados compinches y para ilustrar la conjunción que fluye entre ellos, en una entrevista reciente Mayall comentó que esta novedad la grabaron en tres días, que es lo usual para este trío y, a menos que padezca demencia senil, no habría por qué dudarlo (o no creerle). Y lo hizo de nuevo con su álbum número 66 en donde, contrario a escucharse como una obra al vapor, lo que resuena es un corazón que late al son de virtuoso palomazo entre viejos amigos que se conocen de toda la vida.
Fiel a su legado del blues y mostrando con autoridad quién es uno de los patrones en el género —llevándolo al terreno contemporáneo y evadiendo sus lugares comunes—, si bien la portada de Talk about that (Forty Below, 2017) lo muestra con su amada guitarra, Mayall es ese multiinstrumentalista cabal que lo mismo hace llorar al órgano que azota sentimientos con la armónica. En once tracks pasa de los aires funk (“Talk about that”) al blues regido por los cánones en una deliciosa estructura de piano y con lecciones de vida que, de tan simples, no dejan de asombrar (como canta en la hermosa versión que realiza de “It’s hard going up”: “es difícil subir, pero es dos veces más duro caer”). Asimismo, imprime la pericia que lo caracteriza en su exquisita versión del clásico “Goin’ away baby” y pasa de una asombrosa mezcla de boogie (“Blue midnight”) a otra de jazz swing a lo dixie (“Gimme some of that gumbo”), para llegar a un sabroso rocanrol en “Across the country line”.
Es un disco notable en el que, sin embargo, en sus ocho temas originales y tres covers resaltan el par en que participa Joe Walsh, “The devil must be laughing” y “Cards on the table”, en donde el gesticulador ex guitarrista de James Gang y The Eagles deja caer toda su habilidad y cariño en el slide de una forma tan empática como incendiaria, para unir los intrumentos del trío sin que se noten las costuras. Como lo ejecuta desde hace tanto tiempo, Mayall despliega un estilo propio en el que recoge influencias en su andar para fusionarlas en una base que resulta a toda oídas su sello, pero que apunta para cualquier lado y le funciona sin problema. Jazz, rock, swing, dixie, R&B, folk… Nombren el estilo que gusten y el veterano lo hará suyo sin sudar. Y al final de día, esto es Talk about that: la vehemencia de un hombre que nació para abrazar el blues.
Muchos decenios han pasado desde que el buen Johnny compró su primera guitarra eléctrica mientras estaba estacionado en Corea por el servicio militar. Y en ese andar, quienes lo escuchamos no dejamos de emocionarnos con ese sentimiento que surge desde los más profundo del alma de un negro del Delta, pero ejecutado desde un dinosaurio blanco del blues. Ese quien se ha acompañado de infinidad de músicos que han aprendido de él para después irse por sus caminos, mientras Mayall sigue por el suyo tan campante editando finísimos discos en donde las toneladas de emoción y calidad se reparten el protagonismo en partes iguales. Y todo esto, a sus 83 años.
Texto: Javier Carrillo.