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El Soconusco: su vocación vanguardista

«Hipocampos está pensado, y construido, como un antipoemario; una apuesta para romper el estancamiento creativo en que los premios de poesía han metido a los poetas de nuestro tiempo».

En 1590 Miguel de Cervantes (autor del Quijote) solicita, mediante carta enviada al rey Felipe II, se le conceda ser gobernador del Soconusco. Este hecho curioso, a mi juicio, presagia la vocación barroca y vanguardista de esta región de apabullante verdor, en el sur de México, que los aztecas llamaron “La última provincia del imperio”. Hecho por el cual los topónimos del Soconusco son de origen náhuatl, verbigracia: Cacahoatlán, Huehuetlán, Tuxtlán, Tunzantlán, Mapaxtepec, etc., al contrario de las otras regiones de Chiapas (estado al cual pertenece actualmente este territorio), en la que sus pueblos, en su mayoría, fueron nominados con voces de raíz maya, ya que el Soconusco fue sometido por el rey azteca Ahuizotl, y sus huestes ahítas de guerreros águilas y jaguares, pocos años antes de la intromisión histórica de los españoles en Cem Anáhuac.

miguel de cervantes
Miguel de Cervantes, el Manco de Lepanto.

Así pues, la región del Soconusco (Xoconochco), ha significado un filón vanguardista en la mina de la literatura nacional, debido, entre otras cosas, a su vocación cosmopolita, la mezcla de culturas (chinos, mayas, judíos, alemanes, japoneses, africanos) que merced a su situación fronteriza confluyen aquí, amén de la privilegiada posición geográfica que posee al ser ombligo del mundo mesoamericano, actualmente segmentado políticamente entre México y Guatemala; todo ello ha sido propicio para acuñar un espíritu innovador, y acaso irreverente, en sus seres letrados ante la tradición poética impuesta por el establishment cultural y artístico mexicano.

Como ejemplo de dicha vocación innovadora baste mentar algunas de sus más representativas figuras como son: Arqueles Vela, nacido en Tapachula; ideólogo fundamental de la vanguardia literaria más importante de México: el estridentismo, movimiento literario surgido tras la Revolución Mexicana con el fin de configurar una nueva estética en la literatura de nuestro país, así como la asimilación de las novedades venidas, sobre todo, de Europa en lo que al arte se refiere. Asimismo, Joaquín Vázquez Aguilar, oriundo de Tonalá, quien configuró una poética novedosa a través de su particular visión de La Costa, y la integración de esos elementos marinos en su poesía, así como del aprovechamiento de las innovaciones estéticas de las distintas vanguardias de las que tuvo noticia: “de las vértebras mismas de la sangre/ viene este canto lacio como una oquedad invasora/ como un cráter de angustia/ como un cascabel de cocodrilo hambriento”, escribe “Quincho” como cariñosamente se lo conoce en la región.

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El poeta Joaquín Vazquez Aguilar (Tonalá, Chiapas) 1943-1994. Foto: marisatrejosirvent.blogspot.mx.

También viene a tocar las aldabas de mi memoria Armando Duvalier, nacido en Pijijiapan, introductor (y acólito) de las vanguardias en boga en su tiempo, tales como: la poesía negra o el haikú, por mencionar algunas, quien además creó, ex profeso, una vanguardia nueva (la única) en el Soconusco, llamada Alquimismo, misma que cuenta con un manifiesto en que expone su método para crear poesía basado en esta vanguardia hija de su imaginación. De este movimiento poético llamado Alquimismo surgieron poemas memorables como: “Tribulaciones por un joven dinosaurio” o “Mi novia fue una bicicleta náutica” con los cuales Duvalier inauguró un nuevo modo de crear (de cribar) lo que él llamó “el oro de la poesía.”

De esta vorágine del pensamiento rescato también a Roberto López Moreno, nacido en Huixtla, quien tiene una vasta producción poética, la cual gira en torno a la estética vanguardista, creador del movimiento poético denominado “Poemuralismo”; de él viene a mi memoria “Ábrara” y “Morada del colibrí”, poemarios sobrados de potencia creativa (amén de vanguardista) y riqueza lírica. Además de su “Manco y loco, ¡arde!” donde López Moreno recrea el viaje imaginario de El Quijote por el Soconusco, de habérsele concedido a éste la venia de gobernar esta comarca tropical y vanguardista.

Roberto López Moreno
Roberto López Moreno (Huixtla, Chiapas, 1942), poeta y musicólogo. Foto: Circulodepoesia.com

Este breve (y arbitrario) recorrido por la tradición poética vanguardista del Soconusco y algunos de sus más altos promotores, sirva para contextualizar, o acaso justificar, el surgimiento de Hipocampos libro que es hijo de estos territorios, mas que no guarda ninguna otra relación con dichos autores, ya que fue escrito antes de leer a los poetas mencionados, pero que, sin embargo, se inscribe dentro de esta vasta tradición innovadora del Soconusco, y da cuenta de la atmósfera vanguardista que envuelve la obra literaria de los oriundos del “Lugar de las tunas agrias”, sin que sea menester una formación académica para tales fines.

El caso de Cervantes, mentado líneas arriba, lo cito como un hito en la historia de la tradición vanguardista de dicho territorio, ya que, el vocablo vanguardia procede de la voz francesa “avant-garde”, mismo que a su vez tiene una procedencia castrense y se refiere a las tropas que van al frente del pelotón en la batalla. Metáfora que, trasladada a la literatura, alude a aquellos literatos que, a través de su obra, tratan de renovar las ideas estéticas del arte de su tiempo. Así pues, aunque el uso de dicho término aplicado al llamado Príncipe de las Letras suene anacrónico, podemos considerar a Cervantes como un escritor vanguardista; el más alto, el más hondo, el más amplio; el más lúcidamente loco. Quien con su inmortal Don Quijote de la Mancha, supo configurar con los recursos, acaso limitados, de nuestro joven idioma, una historia que ha influido en el imaginario de la literatura posterior de cualquier lengua y época. Es por ello que el hecho de que el llamado Manco de Lepanto haya solicitado gobernar el Soconusco, puede tomarse como un augurio de lo que, en cuestiones de literatura, habría de generarse en esta región tan prolífica de verdes y de versos.

Volviendo al poemario que nos ocupa; Hipocampos está pensado, y construido, como un antipoemario; una apuesta para romper el estancamiento creativo en que los premios de poesía han metido a los poetas de nuestro tiempo. Ya que, más que ser un impulso para la innovación, dichos premios se han vuelto un incentivo para la homologación del estilo y forma de los poemarios en cuestión. Está claro que no todos los autores, ni todos los libros de poesía premiados, obedecen a esta crítica, pero, en su mayoría, quienes han ganado reiteradamente dichas prebendas, han impuesto esquemas que los menos talentosos han imitado y reproducido hasta el vértigo, dotando con esto, al mundo editorial, de una producción poética, que en su mayoría, está pasada por la criba de un par de jueces, que al final, en este orden de ideas, son quienes han decidido con su sólo juicio la estética en boga para la poesía de nuestro tiempo, fomentando con ello el estancamiento creativo de lo que actualmente se ofrece al público como “poesía” a través de los medios oficiales.

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Portada de «Hipocampos» diseñada por el ilustrador guatemalteco Álvaro Sánchez.

Es cierto que existen muchos medios alternativos (poetas, ídem), donde se busca crear arte con la materia prima de la palabra y no simplemente fabricar poesía para el consumo de las masas insaciables, sin embargo, dichas voces, regularmente, sólo se oyen en un radio limitado a un público culto y selecto. Es así como el colorido de esas voces artesanales y únicas termina palideciendo ante el ruido apabullante de las máquinas de hacer poesía gris.

¿Cómo critica Hipocampos esta postura?, haciendo al contrario de los poemarios pensados para cosechar prebendas literarias, quienes usan un tema elegido para darle unidad al libro como obra en su conjunto; Hipocampos, al contrario de éstos, se vale de su forma (y no su temática) como hilo para engarzar las perlas sueltas de los poemas que constituyen la obra, que, dicho sea de paso, son de vario asunto. Y la forma es precisamente la de los caballitos de mar, ya que los poemas no se dividen en párrafos, sino que están conformados por un solo y alargado cuerpo textual que principia con el título (que puede fungir como cabeza del “Hipocanto”) y va disminuyendo su grosor hasta rematar en una cola, es decir, una verso separado en sílabas, a golpes de enter, para dar la imagen de largueza requerida con el fin de simular la fisonomía, poética a mi juicio, de un caballito de mar. Cabe mentar que dichos usos de las grafías, en los poemas que forman Hipocampos, nos recuerda a las innovaciones del poeta Apollinaire con sus célebres caligramas, donde la forma del poema, el acomodo de las palabras, cobra un sentido estético y ya no es tan sólo un asunto accesorio como en la poesía tradicional.

En cuanto al lenguaje usado en los aludidos Hipocampos hallamos el aprovechamiento de lenguas ajenas al castellano como: el francés, el náhuatl, el latín, el griego, el portugués, con las cuales se pretende enriquecer la sonoridad del poema (melopea) y no así hacer del texto un arcano inaccesible para quienes no son hablantes nativos de dichos idiomas. Hipocampos, en este orden de ideas, también es (como el Soconusco) un territorio cosmopolita; una Torre de Babel erigida con la argamasa sintáctica del castellano y palabras, como ladrillos, de varia lengua.

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«Hipocampos» se vale de su forma (y no su temática).

Asimismo se incluyen, en la hechura de dichos “Hipocantos”, giros gramaticales a la usanza del castellano antiguo, verbigracia: “su mujer exangüe, en saliendo de su casa/ tendióse a sus pies sollozando/para impedir la fabulosa empresa del su marido”, por mentar un ejemplo. Dichas características del texto obedecen al impulso innovador, vanguardista para decirlo en consonancia con el presente texto, que es propio de los poetas nacidos en el Soconusco. Además de que, como cosa curiosa, en esta región del sur de México se conserva, en la lengua habada cotidianamente, ciertos aires del español cervantino, que los indios aprendieron de los conquistadores, y que luego, se encapsuló en el habla cotidiana de la población mestiza. Algunos ejemplos de ello son: “Un mi tío” o “Yo lo vide” así como el vestigio de la “s” al cabo de palabras como “vistes” “dijistes” “oistes” que son degeneraciones de usos antiguos como “vísteis” “oísteis”, etc. Cabe mentar que, en esta región de México, es común oír en las pláticas familiares el uso (ya casi perdido en el habla cotidiana) del voseo, fenómeno lingüístico que intento rescatar a través de la incorporación de dicho voseo en los poemas que constituyen Hipocampos, así como de mi obra poética en general.

Es imposible hacer aquí un análisis detallado de cada pormenor de mi libro Hipocampos, para ello remítase el lector desocupado al libro mismo. Menos aun cuando el ingenio escasea tanto como el espacio editorial. Sirva al lector este sucinto, pero sustancioso texto, como un panorama que lo incite a pasear los ojos por los senderos verbales del poemario. Amén de permitir entrever un filón de la riqueza poética de esta región al sur de México, que, recordemos, el mismísimo Miguel de Cervantes Saavedra, un día ya lejano de 1590, en su visionario delirio, anheló gobernar.

Texto: Ameht Rivera.

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