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«El sacrificio del ciervo sagrado»: película hecha con bisturí

Este thriller psicológico protagonizado por Colin Farrell, Nicole Kidman y el nuevo talento, Barry Keoghan, es un drama profundo y oscuro que explora los límites de la venganza.

Hace unos años llegó a las pantallas una película muy peculiar, que incluso valió una nominación al Oscar como mejor guion: La Langosta (The Lobster, 2015). Años después, el mismo director nos trae una nueva producción: El sacrificio del ciervo sagrado (The killing of a sacred deer, 2017), y no dejará indiferente a nadie.

El sacrificio del ciervo sagrado

Pero antes, ¿quién es este misterioso cineasta? Su nombre es Yorgos Lanthimos, de origen griego y que tiene en su haber apenas un par de películas. Rondando el año 2009, nos trajo Canino (Dogtooth), una película que llamó la atención por su alto contenido sexual explícito y por tocar temas de incesto entre hermanos. No ahondaremos en ella, pero diremos que fue la que hizo que los ojos se pusieran encima de él. Dos años después trajo Alps, y para 2015, La Langosta, protagonizada por Colin Farrel y Rachel Weisz (todos sabemos que, como cineasta extranjero, si tu película es hablada en inglés y cuenta con cast de Hollywood, es que ya estás del otro lado) y a partir de ahí, su carrera se catapultó.

¿Pero qué tiene de especial el cine de Yorgos Lanthimos? Su cine siempre toca temas como la soledad, el sexo, la familia, problemas de identidad, la muerte; en fin, todos esos temas oscuros de los cuales también hablan otro sinfín de películas. Pero lo interesante es el cómo los aborda, la forma. La dirección de los actores siempre es acartonada, como si fueran robots sin sentimientos, con diálogos que parecieran forzados y hasta ridículos, acciones rígidas y planos muy estáticos. La música, la poca que hay, es incisiva y entra sólo en momentos de alta tensión.

El sacrificio del ciervo sagrado no es la excepción a esto. Protagonizada por Colin Farrell, Nicole Kidman y Barry Keoghan (joven a quien ya vimos en Dunkirk). La historia sigue a Steven (Farrell), un cirujano que años atrás operó al padre de Martin (Keoghan) quien fallece en el quirófano. Martin parece estar obsesionado con Steven y su esposa Anna (Kidman). Las cosas se vuelven tensas cuando los hijos del cirujano quedan paralizados de las piernas y todo parece estar relacionado con el chico.

Los personajes, como en todo el cine de Yorgos, están aislados, a pesar de interactuar entre sí, los diálogos parecen ser más para ellos mismos que para los demás. Sus acciones y sus miradas hacen pensar que todos son cómplices de algo más oscuro, parecen saber qué sucede y actuar a expensas de los otros. Las actuaciones de Kidman y Farrell son, como (casi) siempre, geniales. Pero la representación de Keoghan es simplemente espectacular, un joven que te perturba desde sus primeros minutos en pantalla y del cual sabes que no va a venir nada bueno.

Texto: Abraham Mercado.

El Descafeinado

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