Por Fher Corona.
En definitiva David Bowie tiene el don para el drama. Este amor perdurable a lo teatral se hace evidente en la producción de The Next Day, un disco que supone el resurgimiento de Bowie en el mundo a principios de 2013, después de una década de jubilación declarada.
Las razones fueron muchas (o pocas, no sé) así como inciertas; tal vez fue un período de sequía creativa o quizá simplemente no le daba la gana salir a cantar. Ahora, desde su trono púrpura y cetro en mano, el músico británico seduce a los oídos con sed de todo aquél que le ama.
La primera sorpresa: la tapa, una bella profanación del aclamado Heroes, aquella trilogía Berlin; esos viejos tiempos de Carlos Alomar, Robert Fripp y demás. Una producción en blanco y negro con 14 temas y otros tres que le hacen de bonus track en la edición nacional. El plato cuenta con casi los mismos músicos y sentimientos que los antecesores Reality y Heathen, así como el mismo productor y terrateniente: Tony Visconti.
Lo que sí es diferente es la recepción, debidamente alentada por Bowie, quien después de tanto tiempo en el diván nos recuerda constantemente lo que habíamos perdido.
El álbum es sistemáticamente un corte de locura y belleza sonora. David Bowie es ahora un estadista que tomó la decisión -consciente- de dejar atrás la innovación hace mucho tiempo. Esta persistente y bien cuidada nostalgia podría ser la responsable de esa calidez sorprendente que emana en The Next Day, incluso cuando la melodía suspira con aire de resignada melancolía, como lo hace en «Where are we now?»; nunca se adentra puramente en la tristeza, sino que se mantiene a flote en una ducha caliente y relajante. Esa familiaridad abrumadora es naturalmente muy atractiva para cualquier persona bien versada en la tradición Bowie, The Next Day no es un tapón en la discografía de su majestad, no es la ambición de ser algo tan grande, que sin embargo lo es.
