Por Omar Fares (@ofares72).
Hablar de Diego Armando Maradona quizá suene ocioso. ¿Qué se puede decir que no se haya dicho ya sobre el astro argentino? A 53 años de su nacimiento entrar en el debate si fue mejor que Pelé también resulta enfrascarse en un callejón sin salida que conducirá a la conclusión de siempre: que el Rey fue campeón del mundo tres veces, pero que su calidad y su magia nunca la pudo demostrar fuera de Brasil, que estuvo mejor arropado con su selección y su club el Santos, y que jugó en una época en la que el futbol era más lento y menos físico sin los marcajes encimosos. Mientras que de Diego se dirá que sólo conquistó un Mundial, pero sin estar acompañado de una gran calidad de compañeros y fue él quien inspiró a todo un seleccionado para encumbrarse en México 1986.
Se le reprochará que no fue capaz de triunfar en el Barcelona y que se recuerda más su batalla campal contra el Athletic de Bilbao que la Copa del Rey que obtuvieron en 1983. Nadie olvidará que al Nápoles de Italia lo sacó del anonimato y lo convirtió en un equipo poderoso. Más allá de los logros cosechados por Maradona lo mejor es recordar lo que representó en lo personal para quienes disfrutamos de sus mejores años, desde los pasajes brillantes en el Mundial Juvenil 1979, el despegue con Boca Juniors, y la explosión en México 86.
De la Copa del Mundo del 79 celebrada en Tokio tengo vagos recuerdos, y la imagen de Maradona se clarifica en su ansiado debut en el Mundial de España 82, cuando su selección dirigida por César Luis Menotti era la gran favorita para repetir el título ganado cuatro años atrás en su territorio. Sin embargo, su primera participación no fue la esperada, y cuando esperábamos que emergiera la magia del Diez las canchas españolas sólo veíamos cómo era derribado por un rabioso Claudio Gentile, para después despedirse en el partido ante Brasil con una decepcionante expulsión de parte del árbitro mexicano Mario Rubio.
La revancha para México 86 fue implacable. Un Maradona en estado de gracia llegó al certamen para ofrecer su mejor versión y obsequiar momentos inolvidables registrados por siempre en la historia de los Mundiales. Aquella tarde de domingo del 26 de junio de 1986, yo sólo tenía 14 años de edad, y un día antes había pasado por el trago amargo de la eliminación de México ante Alemania en la serie de penaltis, y aparte también había quedado fuera el Brasil de Zico, Sócrates y Falcao. Ya sólo quedaba la Argentina de Maradona, apelando siempre a su magia y no al esquema frío y calculador de Bilardo.
Frente al televisor, sería testigo de dos goles que marcaron por siempre a Maradona. Primero, el gol con la mano, el que ha sido reprobado por tramposo, por sacarle ventaja a Peter Shilton ante la indiferencia del árbitro y la furia de los ingleses. Pero ahí mismo, en ese majestuoso estadio Azteca abarrotado por más de 100 mil aficionados, Diego se reivindicó con un gol prodigioso, inmortal para sus seguidores y para sus detractores. Fue pura inspiración, el gol soñado por cualquiera que jugó en el llano, en la calle. Mientras veíamos con desesperación que Valdano le pedía el balón a Diego, este avanzaba y dejaba sembrados a sus perseguidores, y para cerrar la obra al punto de la perfección también se quitó a Shilton. Fue increíble ver aquella hazaña y no queda más que aplaudir que se haya atrevido a conseguirlo sin importar que haya arriesgado perder el balón cuando había otros en mejor posición.
Un gol insólito, y merecidamente bautizado como el «Gol del Siglo», mientras que el otro, él lo llamó paradójicamente y con mucha pretensión: «La mano de Dios». Años después conocería a la persona que hizo posible apreciar a Diego en la cima: el preparador físico Fernando Signorini, quien trabajó con Menotti en los Tecos del Torneo de Clausura 2007, y él me platicaría que ser parte de la construcción de dicha obra maestra fue una experiencia increíble. Lo que sigue después de la conquista del Mundial es triste, porque a partir de 1990 comienza el declive por adicción a las drogas, y la lucha permanente por abandonar esa parte negativa que oscureció los más luminoso de su trayectoria.
A un jugador como Maradona uno hubiera deseado verlo retirarse en la gloria porque tenía las condiciones para alargar más su carrera y no concluirla a los 36 años desgastado por la constante persecución de los exámenes antidopaje.
Como todo ser humano cayó en errores, algunos de ellos reiterativos, excesivos y hasta reprobables. Pero a 53 años de su nacimiento no pretendo utilizar este espacio para juzgar lo malo, sino para destacar el esplendor de un personaje intenso que interpretó los mejores sueños infantiles para confirmar que es posible creer en las utopías.