Detrás de «Paganismo», el cuarto disco de Sonido Gallo Negro, se esconde una mixtura de estilos y reinterpretaciones que solo encuentran aquellos que se dejan llevar por las hipnóticas densidades de su cumbia psicodélica.
El hartazgo del rock los llevó a la cumbia. Así resumiría de una manera generalísima el nacimiento de Sonido Gallo Negro, agrupación de San Juan de Aragón (en Ciudad de México), lugar desde donde sus integrantes bebieron de la constante influencia cumbiera que los llevó a interpretarla y proponer su propia versión.
«Al principio comenzamos haciendo un coctel con la cumbia peruana, pero también boleros, y esa fue la idea, no enfocarnos en la cumbia, y empezamos a sumar otros géneros como exótica o mambo», explica su guitarrista y fundador, Gabriel López.
El corte potente y agresivo, desde su producción hasta la forma de vivir la fiesta, esa cumbia de barrio marcó de por vida a los integrantes de Sonido Gallo Negro, quienes aprendieron a convivir y entender este género musical por la cercanía en su contexto diario: «no porque fuera a fuerza, sino porque era parte del día del día [en su barrio]; mucha gente antes negaba que le gustaba la cumbia; hace 10 años era muy complicado que alguien lo reconociera», agrega Gabriel.
La evolución ha sido constante a lo largo de sus 11 años de existencia, incluso da la sensación de que es parte indivisible del proyecto. Esa adaptación ha sido bastante natural, me cuenta Gabriel. No buscan repetirse ni usar la misma fórmula: «porque justamente venimos a tocar cumbia por un hartazgo de tocar rock, y no queremos que nos pase en este otro lado».
Ejemplo claro es su cuarto y más reciente disco, «Paganismo», una placa grabada en medio de la pandemia con la que quisieron reafirmar la raíz de la banda: «Siempre fue bastante fácil para nosotros saber cómo debía sonar una cumbia de barrio, no nacimos en la mata, pero sí había un grado de comprensión en nuestra vida».
En este coctel, nuevas influencias y sonidos se añadieron a la cumbia psicodélica, oscura y rasposa, del Sonido Gallo Negro, a la que se sumó un factor extraordinario: la baja animosidad que la pandemia provocó en la escena cultural. Nadie escapó de eso.
Con este último componente, la experimentación con sintetizadores, cajas de ritmo e incluso el kraut rock de los 70 se cuajaron en un guiso que, sin alejarse de la cumbia, se acercó a la vanguardia electrónica de los sesenta-setenta, esa que representó tan bien Esquivel en México o Jean Jacques Perrey en Francia. De hecho, realizan una versión de «Mini skirt» de Juan García Esquivel y otra de «The Model» de Kraftwerk.
También cuenta con colaboraciones como la del Grupo Kual? (también de San Juan de Aragón), la cantante haitiana Sylvie Henry, y la silbadora, Molly Lewis.
El «Paganismo» no es gratuito. El politeísmo musical está servido. Es libertad. Y es que los Sonido Gallo Negro han mantenido firme su postura: seguir trabajando por su propia mano, sin caer en clichés, ni aferrarse a un productor, disquera o fórmulas dictadas por la industria musical.
«El tiempo dirá qué perdura y qué no», remata Gabriel. Quien observa en la cumbia al portavoz latino que trasciende lo musical para llevarlo al plano social. «La globalización de la cumbia responde a toda la cultura latina, al método de socialización, a la noche, a las fiestas».
Actualmente, el octeto defeño se encuentra mostrando «Paganismo» en las diferentes plazas del país, en donde auguran conciertos poderosos, tanto en lo musical como lo visual, este último elemento es cortesía del artista gráfico Jorge Alderete, también thereminista del grupo.
Con conciertos en 20 países y más de 50 ciudades en América y Europa, cuatro discos de estudio, uno en vivo y colaboraciones especiales, Sonido Gallo Negro continúa expandiendo sus dominios de cumbia psicodélica y esotérica, que ahora, bajo el «Paganismo».
Texto: @DiegoKoprivitza.