Por: Hugokoatl Galván (@AtonalAtono) / Foto: Ixbalanque danell.
La cita es a las 21 horas, al menos eso dice en el boleto para acceder al Rock and Road y ver a Radaid. Son las 20 horas y ya hay una cola en L que de un lado se agolpa en avenida Cuauhtémoc y del otro en Luz Saviñón. A pesar de que todos pagaron el mismo precio por el boleto, la fila de Luz Saviñón tiene preferencia para entrar: prometieron consumir botella. Los de Cuauhtémoc se tendrán que aguantar a que el área “VIP” se instale.
El lugar pronto se llena. Algunos beben cerveza tranquilamente en espera de que la banda tapatía haga su aparición; otros no beben nada, no vienen a consumir, vienen a escuchar. Hasta ese momento, todos deben aguantar las mezclas descuadradas y arrítmicas que un DJ hace entre rolas en inglés de los ochenta y noventa. El escenario está cubierto por una pantalla que sirve de telón para cubrir los preparativos en el escenario. Se ven piernas ir y venir, pulgares levantados dirigidos a la consola, guitarras que se conectan.
Poco después de dar las 22 el telón-pantalla se eleva. Poco a poco vemos una figura femenina descubrirse ante nuestros ojos… no es Sofía (¡!). Es una banda cuyo nombre no estaba anunciado en el cartel. Algunos asistentes chiflan y mientan madres, otros tratan de escuchar atentos. Algunos siguen bebiendo, algunos más siguen sin consumir.
22:30 y la banda novel ya se va. Será cuestión de minutos para que Radaid aparezca. 22:40, 22:50, 23:00, ya mero, ya mero, no ha de faltar mucho. 23:00, 23:10, 23:20, 23:30… comienzan los chiflidos, inundan el lugar. El DJ sigue haciendo cortes súbitos a las rolas, en este momento suena rock en español de los noventa. Al pinchadiscos se le prende el foco para acallar los chiflidos desesperados: le sube a la música. Mal. Los chiflidos superan en decibeles al DJ, quien, de paso, recibe recordatorios a su jefa. 23:40, 23:50… los tapatíos todavía no salen. Detrás del telón-pantalla se aprecia que los técnicos siguen conectando y desconectando, mostrando dedos pulgares a la consola o pidiéndole que suba el volumen con la palma de la mano hacia arriba.
Un concierto duro
El telón-pantalla se eleva nuevamente. Ahora sí vemos al Muerto, Mary, Yolihuani, Víctor, Darko y Fernando, Sofía está detrás de la bataca. El ruidero del público no se hace esperar, la bienvenida es marcada al ritmo de varios «CU-LE-ROS, ¡CU-LE-ROS!, ¡¡¡CU-LE-ROS!!!». Ah, qué bonito recibimiento, parece ser una broma… no lo es. «¡Ay, sí! Ya soy famoso y ahora me tardo en salir», dice alguien por ahí. «Ahora tocan tres horas, cabrones», exclama alguien más. «Más les vale que estén bien drogados», ironiza otro.
Las caras de los integrantes de Radaid lo dicen todo. El regaño del público defeño que ha esperado cuatro horas para verlos no es para nada amigable, todo lo contrario, es muy hostil. Este será un concierto duro.
Al terminar la primera rola, Sofía toma su lugar en la parte delantera del escenario. Agradece el recibimiento, pero hay una mala noticia: Como se podrán dar cuenta, Emmanuel no está, la vocalista señala a los teclados sin teclista. «Ah, bueno, si quieren lo esperamos», grita con sarcasmo alguien. Sofía excusa: «Tuvo un concierto en Orizaba y viene en camino». El público no quiere pretextos, quiere música, la música de Radaid. La banda lo entiende rápido y se echa “Shine” en los primeros minutos. Sólo así se logra calmar el ánimo inhóspito.
Mary propone: cuando llegue Emmanuel lo reciben igual que a nosotros. Para entonces el público ya está reconciliándose con la banda y recibe con agrado la proposición. A ver, ¿cómo lo van a recibir?, pregunta Sofía. Los culeros vuelven a aparecer. Entre rolas, la banda aprovecha para reparar la relación con el público defeño que se dio cita. Sofía avisa que The Wiling saldrá hasta el próximo año pero que hay cuatro rolas que pondrán a competir para ser el primer sencillo de dicho álbum: «Sebastián», «Color gris», «The one» y «Michelle». Para entonces, «Deja que salga la luna» y algunas rolas de The Wiling, como «The one», ya fueron tocadas.
La ausencia de Emmanuel se nota y algo hay (o no hay) en el micrófono de Mary que ella no se escucha del todo. Sofía pregunta a Napoleón, el ingeniero de audio, qué pasa. Ahora los culeros son dirigidos al ingeniero. No obstante ello, la intimidad entre la banda y el público ya se logra. Fue como una pelea de novios que se arregló rápidamente. A la par, la banda hace tiempo de una forma muy inteligente para que Emmanuel llegue: se come lo más de tiempo posible, por ejemplo, echándose «The cravings of the dead», una rola de más de 10 minutos. También, de paso, aprovechan que Yolihuani, el guitarrista, cumplirá años el lunes, así que es momento de cantarle las mañanitas.
En el setlist sigue «Butterfly» pero la computadora Mac falla. Emmanuel sigue sin llegar y la banda se saca de la chistera un concurso para que alguien del público se gane un disco, el cual, por cierto, está en el hotel. Preguntan sobre cuál fue el primer videoclip del grupo; un chavo de audífonos y lentes responde correctamente: «Agatini Nayaguaguani». Su premio lo tendrá que ir a recoger al hotel de la banda al siguiente día. Mientras eso sucede, el teclista hace su aparición… telefónica. Sofía dirige al público el celular donde se encuentra Emmanuel y pide que se le dé el recibimiento que merece: «cu-le-ro, cu-le-ro, cu-le-ro». El también violinista ya está por llegar…
… y lo hace para echarse las cuatro últimas rolas, no sin antes tener que soportar algunos culeros que sonaban más amistosos que los que sus compañeros tuvieron que escuchar al inicio. Alguien propone: «toquen todo desde el principio». La Mac sigue sin dar muestras de vida y Radaid, ahora sí con todos sus integrantes, se ve obligada a echarse una versión acústica de «Butterfly». «China warrior» aparece casi al final de la noche pero se acerca un final apoteósico, digno de cerrar y reparar una presentación tan accidentada: desde que Emmanuel llegó se le ha pedido un solo, para que descuente el sueldo, y dicho solo llega posterior a «La gitana».
El solo de violín interpretado por Emmanuel, el dilatado, se vuelve dúo al momento en que El Muerto toca el riff inicial de «Stairway to heaven». Guitarra acústica más violín se echan algunos compases del clásico de Zeppelin. No puede haber mejor forma de cerrar un concierto tan difícil y lleno de fallas. Para las 2:40 de la mañana, el público olvida el regaño y hasta pide otra rola a la banda que, a cambio, tendrá firma de autógrafos y convivencia en el área de billar del lugar.
Servicio a la New’s Divine
La salida luce repleta de gente. Algo pasa: dos agentes de seguridad evitan la salida a todos. Mantienen la puerta semi-abierta. La razón: el ticket de comprobante de pago que se exige en muchos lugares para poder salir del establecimiento. «¿Cómo quieres que te enseñe un ticket si no consumí nada, imbécil?», reclama una de las personas que pagó por el boleto y no bebió nada de la barra (al haber cover, el Rock and Road no pidió consumo mínimo). Uno de los agentes, tan inteligente él, dice: «Su mesero les debió haber dado el ticket» (¿mesero? ¿Cuál mesero? ¿Desde cuándo los meseros dan comprobante de pago a quien no consume nada?).
Impasibles, los dos agentes mantienen la salida tapada, mientras, al fondo, más gente se junta en busca de la salida. Uno de los guarros decide ir a buscar una respuesta, pide chance para que la gente lo deje pasar y deja a su pareja solito en la puerta. Los gritos de portazo hacen su aparición (¿Portazo para salir de un lugar?), al agente, que en ese momento es más de inseguridad que de seguridad, se le va el color. Ve más gente juntarse. Alguien recuerda ¡New’s Divine! y al cancerbero le regresa la cordura: por fin deja salir al público, aunque claro, en lugar de abrir todo el acceso lo mantiene semi-abierto. El agente se tiene que aguantar las mentadas de madre por su estupidez, la de su compañero y de paso todas las fallas en esta noche tan trompicada.