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Los himnos de la indecencia

Por: Javier Carrillo (@GoofyPinche).

El preludio de “I want the drugs” es parte de una entrevista en donde se escucha la pregunta «¿dirías que sus canciones son en su mayoría sobre licor, mujeres, drogas y asesinatos?», a lo que tras el lacónico “yep” de quien supongo es Eddie Spaghetti, arranca el corto y veloz tema. El año: 1999. El álbum: The evil powers of rock ‘n’ roll, y para entonces, ya tenían tiempo haciendo de la incorrección política un modus vivendi, y del punk rock un modus operandi. A quince años de eso y 26 de su nacimiento, los Supersuckers continúan con un patentado comportamiento altamente cuestionable por las buenas costumbres, pero bastante divertido.

Nacidos en 1988 bajo el intenso Sol de Tucson como The Black Supersuckers, al poco tiempo se mudaron bajo los plomizos cielos de Seattle, rebanaron lo negro de su nombre, y en pleno auge del grunge se enrolaron en las filas del sello Sub Pop, pero desmarcados del boom sonoro que se gestaba mediante un acelerado y aceitoso punk de cochera con lírica ensalzando la fiesta salvaje y todos los vicios que ésta conlleva. Llamaron la atención desde su debut en 1992 con The smoke of hell (a la par de su recopilación de demos The songs all sound the same en ese año, aunque en otra discográfica), pero fue el álbum La mano cornuda (1994), y una de sus canciones (“She’s my bitch”), lo que los metió de lleno en la atención del ancho mundo de la distorsión.

A Supersuckers su filoso humor les permite autonombrarse “la más grande banda de rock ‘n’ roll en el mundo”, pero su música les permite respaldar, obviamente no tan fumado título, pero sí la reputación de ser una de las más potentes, crudas, desmadrosas y honestas. Pero no ha sido fácil. Estos veteranos han pasado de todo. Comandados por Eddie Spaghetti en el bajo y voz, y con su leal compinche Dan Thunder Bolton en la guitarra a la fecha, en su carrera han atravesado cambios en la alineación, se han movido en diversas compañías y hasta han editado proyectos country ―como banda y en solitario. Pero al parecer, las eras los hacen más mugrosos y crudos, pues con el caer de las arenas del tiempo las pilas no se les bajan ni una méndiga rayita, y aquí está Get the hell para demostrarlo.

Alcohol, palabrotas, drogas y sexo siguen el paso a su rápida música, y a cinco años de su anterior producción, editaron a principio de 2014 uno de los mejores discos en su historia. Es pura adrenalina empacada en doce canciones que no alcanzan los 40 minutos, pero que satisfacen en cada minuto. Abriendo con la poderosa advertencia que es “Get the hell”, a través de este álbum ondean la bandera del mal comportamiento y la decadencia como sólo ellos saben y comparten. “How much is too much… It’s like I’m never full” gritan en “Gluttonous”, muestran a las nuevas generaciones punk-facilonas cómo incrustar algo de pop en “High tonight”, suenan al más sabroso estilo de Social Distortion en “Pushin’ thru”, y proclaman ser de lo peor en “Disaster bastard”, “Bein’ bad” y “Fuck up”. Pendencieros de cantina que se bajan los barbitúricos con cerveza y disfrutan cada momento del exceso, hasta se dan el lujo de incluir dos covers para nada convencionales: “Never let me down again” (sí, la de Depeche Mode, pero con esteroides y sonando de lo mejor), y la sólida reversión del astro inglés del glam Gary Glitter que es “Rock on”.

Grabado en el estudio Arlyn propiedad de la insignia campirana gringa Willie Nelson, una energía de mil vatios es la descarga que suelta el noveno álbum de Supersuckers mediante una sólida base, implacables guitarrazos y el impecable bajo que cuadra a la perfección con la aguardentosa voz de don Eddie. Es una exquisita producción tanto en sonido como en contenido, y que funciona como manifiesto de que los Supersuckers serán eternos mientras sigan impartiendo cátedra de cómo pasarla de poca madre echando desmadre y sonando chingón.

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