Por: Javier Carrillo (@GoofyPinche).
Hace casi 20 años, Tomas Lindberg se desgañitaba en la frase «22 years of pain /And I can feel it closing in/ The will to rise above /Tearing my insides out». Era 1995, At the Gates (ATG) acababa de estrenar Slaughter of the soul, y esa estrofa es parte del desgarrador tercer track «Cold». Nadie sospechaba entonces que, por casi dos decenios, dicho material sería considerado el adiós de estos suecos tras su desbandada un año después de su publicación. Con el tiempo, el álbum de marras alcanzó estatus de culto, ayudó raudales para acuñar el término «sonido Gotemburgo», y con el revolcón que le propinaron al metal en los noventa se engendraron un sinfín de clones en el death metal melódico.
La historia, entonces, los dejó marcados como el grupo que dio una intensa producción de cuatro álbumes en cinco años con una notable evolución y pulimento en cada siguiente entrega, grabaron un «último» gran disco, y la implosión por broncas internas los lanzó a buscar nuevas aventuras —de las cuales surgieron The Haunted, Skitsystem, Lock Up, Nemhain. Sin embargo, en 2008 y ya con Lindberg seguramente gritando «36 years of pain…» en directo, ATG pisó otra vez los escenarios con una gira para usarse tanto como el cierre de un ciclo, como para utilizarse a manera de revancha(s) personal(es), pero negándose a editar nuevo material bajo ese nombre. Un par de años después regresaron para algunos conciertos más en una reunión, todavía renuentes a meterse al estudio para grabar. Pero en enero de este año, en YouTube se mostró un «misterioso» video de ATG (aunque más de un seguidor intuía por dónde iba el chisme), en donde al final sólo se veía «2014».
Estaba hecho. Habría música nueva. Y todo fue cuestión de esperar.
Firmada por Century Media Records, la mortífera tropa sueca regresó este año bien firme en sus conceptos sobre cómo debe ejecutarse el metal y los demonios que debe contener. Muertos, enterrados, llorados y rezados por varios años, es muy grato encontrar en este estreno que Lindberg (voz), Jonas Björler (bajo), Martin Larsson y Anders Björler (guitarras) y Adrian Erlandsson (batería), decidieron empuñar sus instrumentos como verdaderos resucitados honrando el nombre que los encumbró, y no como zombies-detrás-de-los-billetes.
Porque At war with reality hace mucho más que remitir veladamente al nombre del disco de Venom de hace 30 años. Al venir cargado de expectación y rivalizando en comparaciones de manera obvia con el ahora clásico Slaughter of the soul, lo dejaron fluir como una continuación lógica del mentado disco que en todos estos años fue su bendición/maldición, sin retomar la esencia exactamente a partir del final de aquel, pero tampoco buscando innovar al extremo de no reconocerse frente al espejo. Sencillamente, aprovecharon la experiencia ganada mientras pastaron en otras llanuras.
Guste o no lo aportado por ATG en la música, es innegable la influencia (reciclada, como casi toda) que ha tenido en el metal, pero en vez de convertirse en una parodia de ellos mismos para sonar como sus imitadores, retomaron con dignidad el arte del ataque mellizo de guitarras que comparten fiereza y virtuosismo, y el peso del álbum recae en los riffs dobles que se intercalan para las figuras o atacando al unísono, montando una estructura que toma lo mejor de sus dos mejores discos (al menos para quien esto escribe), Terminal spirit disease y Slaughter of the soul. Revivieron al monstruo con cariño y precisión de relojero, con una concentración de cirujano y un corazón rebasado, manejando a su antojo la brutalidad y la exquisitez, con el tino de saber cuándo convertirse en vendaval y cuándo dedicarse a demoler con pesadez gradual. Y aun cuando las eras cobraron su cuota y la voz de repente se escucha cascada, en contraparte ésta suena con menos rabia pero más vieja y sabia, ajustándose mejor a los movimientos y cambios de ritmos con entradas y salidas exactas entre modulaciones de voz y variaciones de ánimo.
Por si fuera poco, hay algo que, si no destaca por encima de la música, al menos recibe la misma cantidad de reflectores, y es la inspiración para las letras. En entrevistas previas al estreno, Lindberg mencionó que este disco, sin ser conceptual, estaría basado en el realismo mágico, justamente buscando una alternativa a la que alude el nombre bélico del álbum. La lírica de Lindberg no es ajena a la influencia literaria, e incluso la canción “Slaughter of the soul” cita un fragmento de The diceman, de Luke Rhinehart (seudónimo del escritor estadounidense George Cockcroft), pero de entrada, llama la atención que At war with reality comience con el intro «El altar del dios desconocido», en donde el chileno Anton Reisenegger narra —en español— un pasaje del tercer capítulo de la novela Sobre héroes y tumbas, «Informe sobre ciegos», del argentino Ernesto Sabato, y de ahí se parte a varias alusiones en los temas, tanto con este mencionado autor («The conspiracy of the blind», » Heroes and tombs»), así como Borges (“The circular ruins”, “The book of sand (the abomination)”), e incluso Carlos Fuentes (“The head of the hydra“). Guiños a la literatura mágica y hasta surrealista que alimentan esa melancolía y desesperanza que habita en el espíritu de los suecos, y que permite a Lindberg seguir cantando a estas alturas «42 years of pain…». Un logro más que encomiable, para una banda que ha pasado más tiempo separada que en activo.