Tras el debut en mis bocinas de “High Country”, lo primero que pensé fue “Pinche The Sword, si tenían hueva ¿para qué grababan?”. Aun cuando le encontré cosas buenas, en general me pareció un disco flojo, sin punch. De hueva, pues. No obstante, lejos de una grata primera impresión, dejé reposarlo un par de días, y con la siguiente escuchada el resultado fue distinto. Uno en el que comencé a encontrarle muchas otras virtudes que al principio me pasaron inadvertidas, y que me llevaron a repetir la experiencia.
Entonces, ya con más detalles conectados y las canciones más frescas en la memoria, la tercera vez me atrapó completamente. Mi error al abordarlo —uno en el que quizá otros seguidores de esta banda texana cayeron—, fue entrarle con un dejo de nostalgia por esa época de contundencia en temas como “Iron Swan” y “Freya” (Age of Winters – 2006), o la encontrada en la médula del macizo y ultrastoner álbum “Gods of the Earth” (2008).
The Sword se limó las rebabas del metal con que se mostraron al planeta, para dejarse un filo quizá menos mortífero, pero igual de brillante y pulido.
Sin embargo, sólo basta recordar (algo que obviamente no hice al escucharlo por primera vez), que esa transición musical se anunció disco tras disco, que los trajo hasta el momento y entorno inyectado en 2015, y que se dio paulatinamente de “Warp Riders” (2010) a su “Apocryphon” (2012), en donde aún prevalece esa esencia retro tan suya, pero en la que comenzaron a apartarse cada vez más de la distorsión punzante y los ritmos machacantes, para tirarse a una onda más groovy-pacheca-stoner-experimental. Para medir esa distancia del comienzo a donde se encuentran parados ahora, basta con poner en contraste “March of the Lor”, de su debut, con la novedad de “Seriously Misterious”. Un mundo de diferencia y, aún así con un estilo que sigue sonando a ellos. Algo portentoso para cualquier banda.
A nueve años de su debut discográfico, dieron ese paso que los sacó de su zona de confort. Con el correr de las producciones (al igual que Mastodon), The Sword se limó las rebabas del metal con que se mostraron al planeta, para dejarse un filo quizá menos mortífero, pero igual de brillante y pulido. Sus espadas ya no arden en marrazos, sino que las forjaron con base en golpes bien calibrados. Se alejaron de los métodos que los emparentaron de alguna manera con la rudeza de “High on Fire”, la fumada fantasía lírica a la Cirith Ungol y unas guitarras lodosas y sureñas que remitían a Molly Hatchet y ZZ Top, para abrazar ahora ese cosmos onírico y acústico que habita en temas como “Tears Like Diamonds”, “Mist & Shadow”, “Turned to Dust”, “The Bees of Spring”, y más notoriamente en las instrumentales “Unicorn Farm”, “Agartha” y “Silver Petals”, pero adaptándose en general a su modo y personalidad.
Pasados los 50 segundos del intro, la canción “Empty Temples” se muestra como su propio manifiesto del cambio, en donde la frase “suelta todo lo que te ata” se aplica a ellos mismos y permea la nueva atmósfera que crearon en High Country. Y aun cuando continúa su fascinación por brujas, hechicería y ciencia-ficción, ya no la escoltan aquellos riffs abigarrados que les dieron un sello particular, para dar paso a más sencillas pero admirables líneas con más armonías y acordes, además de unos sintetizadores con más presencia, e incluso hasta metales, como en “Early Snow”.
Sin embargo, de repente dan salida a su instinto primigenio, como la manada de lobos de su tema “Buzzards”, y siguen “el olor de sangre en el aire” para retraerse a sus no tan lejanos orígenes y deschongarse con temas duros, ríspidos y rápidos, como en “Ghost Eye” y la matona instrumental “Suffer no Fools”, para dar forma a momentos que unen el pasado con el presente en una obra redonda y equilibrada, donde quizá no todos los temas suden excelencia, pero tampoco entorpecen la intención que buscan recrear en su nueva odisea armónica y estilística.
En esta banda la tensión nuclear permanece, pero se maneja a un ritmo distinto. Más místico que épico, más espiritual que fantástico, ahora el grupo fluye uno con su universo de manera más orgánica, en donde las letras incluyen niebla en las montañas, valles, bosques, noches de verano, luciérnagas, referencias a deidades, altares al sol y ritos bajo la luna. Y al nutrirse de su propias eras anteriores en dosis moderadas, y agregar más folk, boogie rock y blues tejano, The Sword presenta su High Country como una gran excursión sonora en su contexto, que se convierte en una poderosa saga cósmica al combinarse con el combustible de preferencia para irse a viajar de manera astral.
Texto: Javier Carrillo
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