Qué bonito, qué bonito
E. Cortázar – M. Esperón
es llegar a un merendero
y beber en un jarrito,
un tequila con limón.
Más allá de un cliché, el tequila es fiel compañero de la identidad del mexicano y símbolo nacional por antonomasia. Su imagen, en cualquiera de sus etapas de elaboración, es ampliamente difundida en la ciudad y el resto del país como objeto de veneración y orgullo. Hoy, con la llegada de los XVI Juegos Panamericanos a celebrarse del 14 al 30 de octubre en Guadalajara, su iconografía se integra como protagonista de la justa deportiva, marcando el sabor y la bravura de la mexicanidad ante el mundo.
Sin embargo, no siempre fue así. Con el triunfo de la Revolución Mexicana, los valores y elementos que hoy llamamos “nacionales” cobraron fuerza y se posicionaron en la vida y la cultura de México que, hasta entonces, privilegiaba el arte y las tradiciones extranjeras, principalmente la norteamericana y la francesa.
A inicios del Siglo XX, los gobiernos emanados de la revolución emprendieron una campaña cultural y educativa que tenía como objetivo fortalecer y difundir la identidad mexicana. Después de todo, había que marcar una coyuntura histórica y destacar los elementos nacionalistas para unificar al país. El muralismo, por ejemplo, fue uno de los principales movimientos artísticos. Los más grandes: David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera y José Clemente Orozco fueron convocados por el gobierno mexicano para exaltar, a través de sus frescos, los íconos nacionales. Los indígenas, el trabajo, las tradiciones, el campo, las civilizaciones prehispánicas y el futuro de México eran temas recurrentes en sus obras.
Si bien el tequila no es particularmente el protagonista de los murales, no podemos entender el concepto de mexicanidad sin él. Su representación es otra, más sutil. Se entiende en el contexto de las imágenes: a través de las plantas de maguey que conforman los paisajes del campo mexicano o como partícipe indiscutible de las escenas dónde convergen personajes populares, como las verbenas o, incluso, las revueltas revolucionarias.
Tiempo después, la imagen del mexicano se agudizó con la llegada y desarrollo del cine a nuestro país. Sin la intención de entrar a un debate infructuoso sobre la temporalidad de este; a mediados de la década de los treinta el cine mexicano comienza su más significativo progreso. De la misma manera que la pintura, las películas de la Época de Oro narraban historias del mexicano común quien, en la ciudad o el campo, celebraba sus triunfos y tragedias con música y tequila. Algunos críticos han señalado que la imagen que el mundo conoció (o conoce) del mexicano durante esa época era, precisamente, la de un charro cantor, alegre y mujeriego que consume tequila en exceso y alardea a la menor provocación. Para bien o para mal, la imagen del charro mexicano y el tequila se unen en una simbiosis tradicional.
El más grande ídolo cinematográfico de México, Pedro Infante, filmó más de 60 películas durante su carrera. En la mayoría de ellas interpretaba a un charro que, frecuentemente, tomaba tequila para enamorar a la bella protagonista, como en “Dicen que soy mujeriego” y “Dos tipos de cuidado” donde, dicho sea de paso, comparte crédito con otro grande: Jorge Negrete. En otras ocasiones, también acompañaba su dolor con tequila, “Cartas Marcadas” de 1947 y “La mujer que yo perdí” de 1949 son una ejemplo de ello. En “Los Tres García” y “Las mujeres de mi General”, la valentía de los personajes se incrementa con unos tragos de tequila.
Pedro Infante es, por decreto popular, un ídolo. El origen de su éxito radica en la identificación del pueblo con sus personajes. En ellos, por excelencia, se muestra la mexicanidad. Esta dicotomía es infinita y ampliamente aceptada. Los hombres de México simulaban los personajes de Infante. Las mujeres, por su parte, deseaban tener un hombre como él cerca.
En otra expresión artística, la música, el tequila también se hace presente. Las canciones bravías, principio general de la música vernácula, entonan composiciones líricas al despecho, al dolor o al desengaño de un amor mal correspondido. Con frecuencia, quienes sufren de mal de amores, muestran a los demás su pena a través de canciones populares y acompañados de un trago de tequila.
José Alfredo Jiménez, gurú de la música tradicional, incorpora perfectamente el tequila y el amor a la mexicana en las letras de sus canciones. En “Tu recuerdo y yo”, el compositor guanajuatense, exclama con ahínco: “Estoy en el rincón de una cantina, oyendo una canción que yo pedí. Me están sirviendo ahorita mi tequila. Ya va mi pensamiento rumbo a ti”…
En otros casos, además del sufrimiento, el tequila exalta el orgullo de ser mexicano y nos distingue del resto del mundo. Nadie canta, ama, vive y llora como en Jalisco. “Quise hallar el olvido, al estilo Jalisco. Pero aquellos mariachis y aquel tequila, me hicieron llorar”… versa la canción “Ella” de José Alfredo Jiménez. “Cocula”, canción que hiciera famosa El Charro Cantor, Jorge Negrete, en 1942, en la película “El Peñón de las Ánimas” destaca la riqueza cultural del estado y, con orgullo, lo expresa entonando: “De Cocula es el mariachi, de Tecalitlán los sones, de San Pedro su cantar, de Tequila su mezcal y los machos de Jalisco, afamados por entrones por eso traen pantalones”.
No obstante, la gama musical mexicana tiene otras expresiones para el tequila. Muestra de ello es “La Tequilera” del autor Alfredo D’Orsay Sotelo quien, de una forma pícara, hace un recuento de la situación por la que atraviesa una mujer con un –notorio– gusto por el tequila y que decide manifestarlo de forma alegre, ante los embates que la vida le pone. “Tequila con Limón”, de Ernesto Cortázar y Manuel Esperón, “El Querreque” de Pedro Rosas y “Mi Ciudad” de Guadalupe Trigo son también, entre muchas otras, canciones de gozo en las que el tequila es un protagonista.
Además de las referencias en el cine y la música, el tequila es, por si mismo, un objeto artístico. El cultivo del agave y el proceso general de elaboración del tequila son, en su forma artesanal, dignos de admiración y orgullo. En lo que es una completa tradición mexicana, el tequila convoca a un sinnúmero de composiciones artísticas que van desde la siembra de la planta del agave azul, su cuidado y devoción, como manifestación del respeto que merece su producción; hasta la temporalidad caprichosa que obliga la naturaleza para su creación; su desarrollo detallado y su envasado en botellas detenidamente elaboradas para resguardarlo.
Hoy en día, es un requisito –indispensable– para los conocedores adquirir un tequila cien por ciento de agave, es decir, natural, artesanal, endémico. Para gusto de muchos, al ingresar a una tienda es cada vez más común ver una mayor cantidad de botellas ornamentales que diversifican la presentación del tequila. Algunas, con ese sentimiento de añoranza, conservan la típica forma de cuello largo y de austeridad en su etiqueta y diseño. Otras, más innovadoras, experimentan con formas menos ortodoxas, más apegadas a las tendencias de la modernidad y compuestas de materiales novedosos; labrados con técnicas sofisticadas, como el láser.
Existen además, las más exquisitas, de cualidades artísticas ilimitadas. Botellas de cerámica de Talavera, en cristal cortado, etiquetas de metal con técnica de repujado y envases con incrustaciones de metales y piedras preciosas son ideales para la gente que conoce y disfruta el sabor de la bebida nacional, goza del arte netamente mexicano y, por supuesto, pueden pagar una considerable suma por dicho objeto de veneración.
En otros aspectos, el tequila también se complementa a la perfección. La gastronomía jalisciense ha incluido dicho ingrediente en sus más refinados platillos. Ya no sólo se trata de un aperitivo, va más allá. Con más frecuencia, la cocina fusión mezcla el tequila con todo tipo de cárnicos y productos del mar para sus creaciones. También, el tequila puede acompañar una ensalada a manera de vinagreta, pero quizás donde tenga mayor participación es en los postres. Mouse, crepas, pasteles y helados, todos al tequila, son de los más solicitados por los comensales. Incluso, en Jalisco, el tequila es, hasta cierto punto, consumido por los más pequeños. Existen dulces típicos que contienen cierto grado de tequila, como chocolates, azúcar cristalizada en forma de botella, helados y gomas. En todos los casos, los niños se deleitan con el sabor del tequila sin la menor objeción.
Es tal la integración del tequila en la vida cultural del México que en la trigésima reunión del Comité del Patrimonio Mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), celebrada en Lituania en el año 2006, se nombró como Patrimonio Mundial al paisaje agavero y las antiguas instalaciones industriales de Tequila, Jalisco. Esta distinción provocó que las autoridades locales implementaran programas para el sostenimiento de la actividad tequilera como muestra cultural de la región. Se creó el Museo Nacional del Tequila (MUNAT) que cuenta con una exposición permanente sobre los orígenes, industria, proceso antiguo, los tequilas y arte.
En Guadalajara, existe un recorrido especializado del tequila con fines turísticos. Un ferrocarril conocido como “Tequila Express” recorre los campos de agave y realiza visitas programadas a antiguas haciendas productoras de tequila. Por supuesto, el itinerario incluye otras expresiones artísticas muy mexicanas: mariachi, ballet folclórico, cantantes populares, charrería y degustación de comida típica.
El sector privado no se ha mantenido al margen de la fiebre del tequila. Desde 1993 opera el Consejo Regulador del Tequila A. C. que promueve la cultura y la calidad de la bebida, a través de la verificación al cumplimiento de la Norma Oficial Mexicana, para su producción genuina. Dicho organismo ha tenido mucho que ver con el progreso de la industria tequilera del país. Supervisa a los productores, verifica la denominación de origen y coadyuva en ferias y eventos nacionales e internacionales para fomentar el consumo. Existe, además, la Academia del Tequila A. C. que, entre otras cosas, evalúa la calidad de las marcas de tequila a través de catas.
Más recientemente, la antorcha que, según el Comité Organizador de los Juegos Panamericanos 2011, representa el espíritu de los juegos y cuyo tema debe sintetizar la pasión, el color de la naturaleza y la hospitalidad del pueblo mexicano, evoca la dureza y voluntad de los mexicanos; mientras que sus poderosas líneas se unen para formar una elegante planta de agave de tres hojas, como símbolo de vitalidad. Todo ello, afirman, con la intención lucir el patrimonio nacional, haciendo referencia a su elemento más esencial, la planta de Agave.
De nueva cuenta, el tequila y la noble planta que lo genera, muestra su rostro al mundo, marcando con ello, la identidad de un pueblo y las tradiciones auténticas que lo distinguen del resto de las naciones.
Hoy más que nunca, el tequila forma parte integral del arte mexicano. Es una expresión que se vive día a día, en el entorno inmediato. No sólo se encuentra en las grandes galerías, alejada e intocable, sino que se involucra entre sus admiradores para deleitarlos con su sabor y múltiples expresiones.
Texto: Óscar Álvarez.
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