Por: Pablo Vázquez (@pablitovazquez1).
En la cancha y en la calle, los dos partidos, ambos a muerte, con la misión firme y las ideas claras. defender la causa y salir a ganar, pese a los golpes que puedan recibirse en el intento de trascender, de darse a notar y en el demostrar que como se vive se juega, y que ciertos juegos como el futbol, no pueden condicionar o limitar la manera de vivir de un pueblo.
En tiempos de una severa recesión económica tras el Lula milagro brasileño, en el país sudamericano se decidió organizar una Copa Confederaciones en este 2013, un Mundial de Futbol para 2014 y unos Juegos Olímpicos en 2016, que ofrecieron postales de protestas y de una voz que cimbró a los grandes corporativos y órganos del deporte internacional, mientras en la cancha se daban los goles, en las calles la gente unida salió a defender sus derechos básicos, educación, vivienda, costos de los servicios, por encima del entretenimiento que significan dichos eventos.
Durante cada jornada futbolera los brasileños se arremolinaron a los estadios para ver los partidos, y para demostrarle a su gobierno y al mundo entero incluyendo Josepp Blatter, presidente de la FIFA, que pese a ser el pueblo más futbolero del mundo y llevarlo en sus genes, también están pendientes de lo que sucede en su entorno social, para mostrar que el modelo que favorece a los grandes corporativos, en estos grandes eventos deportivos no pueden aceptarse cuando se utilizan recursos del dinero público, que podrían canalizarse en servicios de educación, salud y otras prioridades de un gobierno para fomentar el desarrollo de su nación.
Las imágenes de los brasileños quienes ganaron su torneo de inicio a fin dentro de la cancha y que fuera de ella, en las tribunas y a las afueras de los estadios rechazaron en cada oportunidad a Blatter y a su presidenta Dilma Rouseff, afortunadamente Neymar se encargó de conducir a los sudamericanos al título de su torneo, digamos que el 3-0 ante España en la final, fue un bálsamo perfecto para la tensión social, sin embargo como todo bálsamo, su efecto es momentáneo, y es que los brasileños están conscientes que en Sudáfrica 2010, la inversión fue de seis mil millones de dólares y en Brasil llevan gastados 13, y eso que aún no están listas algunas sedes del campeonato del Mundo a celebrarse el año próximo, y desde luego lo que falta, tanto en dinero, como en protestas y en tiempo para los Juegos Olímpicos de Río en 2016.
Para el presidente de FIFA, Josepp Blatter, el torneo «fue un éxito… a pesar de toda esta agitación y de las protestas», y aseguró estar convencido de que habrá «una gran Copa Mundial el año que viene y que cuando se organiza una Copa Mundial o unos Juegos Olímpicos (los del 2016 están programados en Río) «no se puede tener contentos a todos, pero nosotros tratamos de hacer a todos felices», en su imaginario colectivo están, los 83,6 millones de euros gracias al dinero gastado por los turistas en las seis ciudades que han sido sede del evento.
Sin embargo y con toda esta situación financiera de la que FIFA se ve beneficiada, además de las élites que financian y ganan con estos juegos y torneos, está la gente misma que habita en el país sede y que si ya le mostró al mundo una vez que está viva y que no tolera este despilfarro económico y endeudamiento posterior a los eventos, la próxima respuesta sea quizá más agresiva, pues el modelo corporativo, caro en instalaciones que luego se convierten en elefantes blancos, no benefician a ningún pueblo y pueden degenerar la propia destrucción de quienes piden estadios nuevos, millonarias inversiones y que traen descontento social y violencia, olvidando que el deporte permite el desarrollo de los pueblos y su entretenimiento, y no como ahora, detona su destrucción y aniquilamiento económico.