Por César Germánico.
Low Cost Festival, 27 de julio de 2013. Ciudad Deportiva Guillermo Amor, Benidorm, España.
A nadie se le escapa que hoy es el día grande de esta edición del Low Cost Festival y desde luego parece notarse en la afluencia de público, superior a la de la jornada anterior. Estoy animado y desde luego la única parada en España de la gira de Portishead bien lo merece.
Para calentar motores me voy a ver a Delafé y Las Flores Azules. Formación barcelonesa de difícil catalogación y con hit en anuncio de cerveza. Sí, de esa cerveza. Lo cierto es que las rimas de hip-hop blandito de Oscar D’aniello y Helena Miquel hicieron bailar a conciencia a la concurrencia. Si de lo que hablamos es de actitud, aunque un tanto forzada, y de generar un ambiente festivo para calentar un siempre gélido inicio de festival les doy un 10. Pero musicalmente hablando su hip-pop del buenrollismo está bastante lejos de gustarme. No se trata de recitar a Dostoievski pero parece que las letras las vendían baratas el día que Delafé fueron al mercado.
Continuamos con unos clásicos de la escena británica, algo que en seguida se hace patente al ver el número de incondicionales congregados frente al escenario principal. Belle and Sebastian se presentan ante su público como una gran familia de músicos y tras un corte instrumental se dedican a deshojar lo mejor de un repertorio que empezó a forjarse a mediados de los noventa. Para quien no esté familiarizado con sus sonido podemos hablar de folk-pop made in Scottland de gran sensibilidad, rica instrumentación y cuidadas armonías vocales. Siempre he pensado que son gente triste tocando música alegre. Lo que desde luego está fuera de toda duda es que Stuart Murdoch se siente como pez en el agua ejerciendo de líder. Canta todavía con convicción temas de cabecera de la banda como «Another Sunny Day» o «Judy and the Dream of Horses». Juega con el público, les encomienda tareas, pide a una chica que le maquille y acaba invitando al escenario a medio auditorio para que bailen «The Boy With the Arab Strap» y «Legal Man». Al final, cuando termina su actuación incluso los no-fans, entre los que me incluyo, piensan que son una banda jodidamente adorable.
El calor húmedo de la noche avanza pegajoso e impaciente por ver a Beth Gibbons y sus chicos y la soft-electrónica salpicada de atmósferas techno de Headbirds no parece ser bálsamo suficiente. Es tiempo para apostar una cerveza con mi amiga Señorita Chingona, la llamaremos así, a cual será el primer tema del set de Postishead. Mi caballo ganador es «Silence». Hagan sus apuestas.
0.00 de la noche. Por fin llegó el momento. Puntuales como sólo los ingleses pueden ser Beth Gibbons, Adrian Utley, Geoff Barrow y el resto de la banda saltan vestidos de negro al Escenario Budweiser al tiempo que suena un sampler con la voz de Claudio Campos, el afamado maestro de Capoeira. «Silence» es el primer tema. Me he ganado una cerveza, pero precisamente ahora no estoy para vanalidades. Portishead es una de esas bandas que te recuerda que la música «no es cuestión de vida o muerte, sino algo mucho más importante». Aunque Bill Shankly decía esto del futbol seguro que estaría de acuerdo en aplicarlo a la música de los de Bristol.
Tras la deliciosamente apocalíptica «Silence», continúan desgranando «Third» con esa comunión perfecta entre rítmo y melodía desgarrada que es «Magic Doors». Con toda la audiencia metida en el bolsillo y en tan solo dos temas el sublime Dummy no tarda en asomarse al repertorio. «Mysterions» y «Sour Times suenan» atemporales, perfectas como diamantes.
La profundidad emocional que Beth Gibbons imprime a cada palabra, a cada silencio, susurro, incluso grito -como en los estertores de la magnífica «Threads»-, se te mete dentro, muy dentro. Esa mujer de delgado cuerpo y lacia melena rubia canta desde el corazón y para el corazón. Y eso es lo único que de verdad importa.
«The Rip» acaricia el alma. «Wandering Star» suena más sincera y fúnebre que nunca. «Cowboys» es el Trip-hop con mayúsculas. La base de «Machine Gun» hace retumbar mi caja torácica, tal y como lo imaginé, y con «Glory Box» el auditorio parece flotar y banda y público se unen en una sola voz para clamar «Give me a reason…»
Tras transitar de una manera muy acertada por sus tres discos de estudio con una puesta en escena exquisita -magníficos juegos de luces y proyecciones- los de Bristol enfilan camino al backstage. Aprovecho para repasar mi panteón de genios para hacer ingresar directamente a Geoff Barrow, auténtico artífice del Sonido-Portishead, y Adrian Utley ,sublime en cada segundo de concierto y cuyo estilo a la guitarra me será difícil olvidar.
La audiencia quiere más. Mientras la chica que tengo delante, la llamaremos Rubia Guapa, y yo bromeamos sobre el atuendo de los pipas (en serio, los mini-sombreros de cowboy no crearán tendencia) la banda vuelve a salir a escena para terminar de cautivarnos con la celestial «Roads». Y como colofón ese magnífico in crescendo emocional y sonoro que es «We Carry On», momento escogido por la Gibbons para acercarse a saludar al público y comprobar que todos estábamos rendidos a su voz -LA VOZ- y el corazón donde se esconde esa voz. Gracias Beth. Gracias Portishead.
Buff. Cuesta restablecerse a un concierto de tamaño calibre. Aunque una cerveza fruto de la victoria en una apuesta (es un placer hacer negocios contigo Señortia Chingona) y un cigarrillo ayudan. También lo hace ver como el en la zona de DJ’s dos tipos que parecen los jóvenes Fidel Castro y Camilo Cienfuegos pinchan electrónica barata vestidos con caros trajes en tonos pastel ¿Asistimos a la revolución de los barbudos de la música electrónica? No lo creo. Huyo a ver a Dorian y encuentro a un grupo que como dice La Dulce MaryAnne, la recordaréis de la crónica anterior, «lo que hacen, lo hacen bien». ¿Y qué hacen? Pues electro-pop ochentero de negro riguroso. El cuarteto catalán no deslumbró pero cumplió con creces la dura tarea de amenizar los críticos momentos que separaron Portishead y Crystal Castles.
Y precisamente era al dúo canadiense quién más curiosidad despertaba en mi en todo lo que llevábamos de festival. A ratos olía el fracaso más absoluto y a ratos parecía otear el rotundo triunfo en el horizonte. A eso de las 2 de la madrugada Ethan Kath empezaba a meter ruido tras su mesa de operaciones y segundos después Alice Glass, en versión rubio, surgía de la tinieblas para estallar con «Plague».
Un sonido atronador -reforzando al dúo había un batería- voces filtradas por mil efectos, una convicción escénica envidiable y una actitud a prueba de bombas, fueron armas más que suficientes para incendiar todo a su paso. Pero es que además, poseen monolíticos himnos de baile y eso no se puede falsear.
También es innegable el plus que te da que tu vocalista esté zumbada. Tan zumbada que incluso olvidas que es una chica guapa. La colección de alaridos, contorsiones, paseos al interior del público y bailes dementes hizo las delicias del respetable. Me encanta esta tipa.
Y me gusta mucho también que intercalen auténticos hits con locurones ruidistas instrumentales que fueron capaces de echar del auditorio a más de uno. Es decir que se sientan cómodos con su faceta mainstream más bailable -porque nos hicieron bailar hasta morir- y que de repente se pongan cafres y me hagan pensar que el gobierno de mi país les consideraría apología del terrorismo. Eso sí, para cerrar «Crimewave», temazo bailongui.