Por Óscar Álvarez.
Como apóstata maldito, detractor de la doctrina emiliana y fan de la revolución sexual, la tolerancia y la democracia me vi obligado a ver dos películas este fin de semana: “Los niños están bien”, gringa, de la directora Lisa Cholodenko y protagonizada por Annette Bening, Julianne More y Mark Ruffalo; y “La otra familia”, mexicana, del director Gustavo Loza, y que incluye en su reparto a Jorge Salinas, Luis Roberto Guzmán, Ana Serradilla, Nailea Norvind y Bruno Loza, entre otros.
La primera, nominada a cuatro premios Óscar, incluyendo mejor película y actriz, trata sobre una pareja de lesbianas que mantienen una relación estable al pasar de los años y tienen dos hijos, ambos resultado de la inseminación artificial. Uno de ellos, la chica, decide junto con su hermano menor buscar al donador de esperma que ayudó a concebirlos. Cuando lo encuentran, los cambios en su familia surgen, poniendo en riesgo la estabilidad que, hasta entonces, tenían.
“La otra familia”, mucho más trágica, narra la historia de Hendrix, un niño de siete años víctima del maltrato y descuido de su madre yonki, quien es rescatado y puesto en custodia ilegal en el hogar de Jean Paul y Chema, una pareja de homosexuales con 10 años de relación. La revolución de sentimientos no se hace esperar. La vida de todos se modifica y el cariño comienza a crear vínculos afectivos hasta que, al escapar de rehabilitación, la madre del pequeño, junto con su pareja, deciden recuperarlo. La lucha legal y moral por ofrecer al niño el mejor hogar posible es el tema, todo en el contexto de un país de prejuicios sociales y machismo al por mayor.
Pese a lo que pudiera creerse, no son películas sobre las relaciones afectivas entre personas con preferencias sexuales distintas a las de la mayoría. Va mucho más allá. Son historias de cómo las familias homoparentales se enfrentan a situaciones que, para la generalidad, podrían parecer intrínsecas a la adopción de infantes y crianza de los hijos, pero que para ellos resultan extraordinarias.
La diferencia entre una obra y otra es que, como dicen por ahí, el cine es reflejo de la sociedad en que se vive. Mientras que en “Los niños están bien” el clímax se centra en los problemas que enfrenta una pareja gay con sus hijos adolescentes, “La otra familia” tiene un origen más remoto, cien por ciento mexicano: luchar contra la discriminación, los paradigmas, las lagunas legales y la sociedad machista. ¡Hasta en el cine hay fronteras!
Las dos películas son muy recomendables. Es un cine revelador que muestra al espectador la vida cotidiana de parejas homoparentales que, para un país como el nuestro, se creen inexistentes o bien, clandestinas. Perdidas en el desafortunado azar de unas pocas familias que tuvieron la desgracia de tener gays al interior de su círculo parental. Son películas de coyuntura, con verdadera responsabilidad social que fomentan el respeto, la tolerancia, la inclusión y, al mismo tiempo, denuncian las carencias legales de la comunidad gay.
[…] embargo, el hecho de que la historia sea gay friendly o de que tome a dicho sector como uno de sus ejes centrales no la vuelve una buena película. […]