212, un festival de dimensiones que este año no sorprendió demasiado.
Por: Diego Koprivitza (@DiegoKoprivitza).
Hace poco más de una semana se llevó a cabo uno de los festivales de música alternativa más relevantes de Guadalajara. Gratuito y bajo un día lluvioso que no impidió que miles se congregaran en el Paseo Chapultepec, donde cuatro escenarios vibraron con música toda la tarde y noche del sábado 1 de septiembre.
Con el inicio del recalcitrante «mes patrio», el Festival 212 reunió a 126 mil pesonas en una jornada de más de 8 horas, según datos publicados en su cuenta de Twitter por Gonzalo Oliveros, el coordinador de la estación de radio organizadora.
Una variopinta fauna que asistió para observar un cartel no tan convincente como otros años. Será que me hago mayor y los grupos que en esta edición proliferaron, fueron aquellos dirigidos a un público más joven, característica de este 212. Resaltaba la cantidad de menores de edad; los braquets, las poses de los púberes se hacían notar en conciertos como el de su reina: Carla Morrison, quién parecía decir «venid a mi, hijos míos» llenando completamente el escenario principal, que se ubicó en el monumento a los -irónicamente- Niños Héroes. Escenario dónde a la postre se presentaron bandas como Jumbo, Sussie 4, Chetes y los defeños Torreblanca, entre otros.
Demasiada gente. Lluvia. Mal sonido en algunos escenarios. Entorpecimiento vial. Quejas de los vecinos circundantes. Más lluvia. Alcohol clandestino. Policías fingiendo ser civilizados. Y un medio de comunicación asegurando que todo fue perfecto. Que el mejor festival del mundo se realiza año con año en el Paseo Chapultepec y que sus preciadas jardineras no sufrieron daños.
La historia me supo a lo mismo que el año pasado. Con la característica particular de que sí, en efecto, el festival crece considerablemente en cada edición y es imperante reubicarlo. Por la salud de todos: del público, de las bandas, de la ciudad.
El 212 tiene una cualidad innegable, y es que lejos de las grandes productoras de conciertos, la organización ha optado por apoyar al rock nacional, que sin importar el subgénero del que se hable o los-gustos-particulares-de-cada-quién; el rock mexicano ha sido vapuleado por el incesante bombardeo de bandas internacionales -de altísima calidad, lo reconozco- pero que sin medida acaban haciendo mella en la producción nacional. Como en todo.
Dentro de ese mar de gente, y las enormes distancias entre los escenarios, pude disfrutar poco, y ver casi nada. La Dósis reunió a un gran número de personas y ofreció un concierto divertido, enérgico y sin contratiempos. Cerca de ahí, Volcán, la banda alterna de Ugo Rodríguez, sufría de un mal sonido en el escenario y Juan Cirerol congregaba a las masas en otro escenario, ya no tan cercano.
Por ahí, Saúl «El Muerto» apresuraba el paso para llegar al otro lado de la calle y presentarte en su proyecto paralelo a Radaid, Ella y El Muerto, junto a Camila Sodi, banda a la que le dedicaré un texto especial en otro momento.
Interesantes fusiones, colaboraciones y espectáculos ofrecían las agrupaciones que participaron, dando buenos conciertos, entregándose al público que no permitió escenarios medio vacíos. Las cervezas caían. Las tiendas de conveniencia se atestaban. El clima se enrarecía, producto de las nubes, que decidieron alejarse pasada la tarde-noche y permitieron la llegada de más oleadas de gente.
La escena local, bien representada, dejó fusiones funk con la presentación de 3MF; las cumbias de los Master Plus o la intensidad electrónica de Sussie 4, y el rock de Disidente que no sabe fallar, por mencionar a algunas bandas, aunque la lista es bastante cuantiosa, tanto en número como en calidad.
Y es cierto. La calidad existió, pero no la sorpresa. Y tal vez, fue el punto dónde más flaqueó este festival; las agrupaciones que se presentaron este año han tenido actividad reciente en la ciudad de Guadalajara, omitiendo el factor de asombro que todos esperamos ver en un festival tan grande y ya consolidado.