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Tercera jornada del Festival Low Cost en España

Por César Germánico.

Low Cost Festival, 28 de julio de 2013. Ciudad Deportiva Guillermo Amor, Benidorm, España.

Apuraba un cigarrillo y una cerveza en la entrada del estadio y entonces te vi. Caminabas por la explanada con tu top negro, tu falda floreada y la más apabullante de las elegancias en cada uno de los pasos de tus preciosas y largas piernas. Clavaste tus ojos marrones en mi y … vale, lo siento, os estaba tomando el pelo. Teniendo en cuenta que me he enamorado una media de una vez por minuto en lo que ha durado el festival probablemente no tendría tiempo y espacio para contároslo. Así que mejor centrémonos en la música y en lo que dio de sí la última jornada de Low Cost.

Ante todo, la afluencia de público registrada fue la más baja de los tres días, aunque he de hacer constar que los conciertos de Love of Lesbian y Fangoria fueron de los más concurridos del festival, no en vano se trataba de las dos propuestas más comerciales del cartel.

Foto: Zahara / César Germánico

Comencé la tarde viendo a Zahara. La cantautora jienense es una vieja conocida de la escena indie patria y confieso que me acercaba a su concierto con una opinión no muy buena de su pop acústico ultra-edulcorado. Pero lo que allí encontre fue una chica enfundada en un mono de latex naranja (¿super-heroina con poderes cítricos?) de voz prodigiosa acompañada de una muy buena banda. Zahara sonó contundente y adulta. Revestir sus canciones -incluso las más ingenuas- de un formato eléctrico, que llevaron a algunas incluso a finales ruidistas y tranceros, fue todo un acierto. En cuanto al repertorio, se movió a lo largo de sus tres albumes de estudio y elegió con gusto las versiones: «You are de one that I want», sí la de Grease, y ese tema inmortal llamado «Lucha de Gigantes» de Nacha Pop con colaboración estelar de Santi Balmes. Para acabar «Camino a L.A», a mi juicio una de sus mejores canciones, sonó oscura y cruda como un «filete al infierno».

Antes de seguir debo destacar que el domingo, jornada que nos ocupa, fue el único día de festival en el que había coincidencia en el horario de algunas bandas. Cuando esto sucede hay que tomar decisiones y asumir que puedes acertar o cagarla estrepitósamente perdiéndote a la sensación del festival. Finalmente puedo afirmar que acerté. Mi penitencia por asistir al concierto de Zahara y perderme a Polock bien podía ser escuchar algún disco de Television o los Strokes, lo que más o menos equivaldría a leerte la novela en lugar de ver la peli de bajo presupuesto. Lo de perderme Glasvegas es harina de otro costal porque teóricamente eran cabeza de cartel pero, con total sinceridad (con vosotras y vosotros ya estoy en confianza), ni a mi ni a nadie en todo el reciento parecían importarles lo más mínimo. No encontré nadie que fuera a ese concierto para contaros que aconteció. Pudieron haber ofrecido sacrificios humanos a sus dioses y que nadie se hubiera enterado. Y ahora en serio, mis disculpas a los fans de Glasvegas, pero preferí ver que me contaban L.A.

Foto: L.A / César Germánico.

L.A son las inciales de Lluis Albert (Segura). Cantante, guitarra y Alma Mater del proyecto. Los mallorquines fueron un pequeño oasis de rock americano radiable en un cartel en el que la escena nacional estaba representada eminentemente por indie en su mayor parte cantado en la lengua de Cervantes que, siendo honestos, es lo que se lleva desde hace unos años.

Sin llegar a encandilar a la audiencia, L.A nos hicieron disfrutar con rock directo de reminiscencias clásicas basando su repertorio en la alternancia entre su éxitoso Heavenly Hell, el EP SLNT FLM y Dualize, su último LP. Tienen temas tan buenos como «Hands» o «Outsider», resultó perfecta para cerrar, pero esa manera de cantar calcando sin rubor los fraseos de Mister Eddie Vedder y ese modo de dirigirse al público con cierta pose de rock-star de Wisconsin -en serio, nadie habla así en España- les hicieron perder puntos.

Tras devorar una deliciosa hamburguesa del tamaño de Australia -esa señora sabe como alimentar hipsters desnutridos- vuelve a ser hora de tomar decisiones. Los super-conocidos Love of Lesbian, en el Escenario Budweiser, y los Súper-desconocidos Lisa and The Lips, en el Escenario Energy– tocan a la misma hora. Amanda Manda, la recordaréis de la crónica del viernes, me recomienda no perderme a «Lisa y los labios» y la verdad es que confío totalmente en su criterio. Aun así decido pasar un rato a ver que se cuece en un abarrotado escenario principal.

Foto: Love of Lesbian / César Germánico.

Love of Lesbian empezaron en Barcelona allá por el 97, cantaban en inglés – no en vano grabaron sus tres primeros disco en este idioma- y han pasado por diferentes fases musicales. Un proceso que les ha llevado desde lo más profundo de la caverna indie hasta casi el cénit del candelero del «Pop de Estadio». Sus fans se identifican y se saben las letras de Santi Balmes de cabo a rabo, bailan sus temas como si no hubiera mañana y en definitiva les adoran. Y eso fue exactamente lo que pasó en sus 2 horas de concierto (sigo sin entender esta excepción entre los apretados horarios de un fesitval). Tocaron casi 20 canciones entre las que no faltaron sus «buques insignia»: «Allí donde soliamos gritar», «Wio antenas y pijamas» o «Club de fans de John Boy». En el apartado personal siguen sin gustarme lo más mínimo pero Balmes y su gente hicieron el trabajo. Y no os engaño, no duré entre el público más de lo necesario para hacer el mío.

De vuelta en el escenario secundario justo a tiempo para ver el grueso de la actuación de Lisa and The Lips, cada segundo que pasaba agradecía más la recomendación de Amanda Manda. Pocas almas, pero entregadas, acudieron a ver a la verdadera revelación de esta edición del Low Cost. La otrora vocalista de The Bellrays lidera una banda de auténtico escándalo. Una sección ritmica cargadita de groove, unos vientos estupendos, teclista de la vieja escuela y dos excelentes guitarras. No puedo evitar pensar que si Lisa Kekaulas, toda una dama negra con un impresionante afro y un dominio escénico de los que no quedan, hubiera sido la encargada de hacerme comer los guisantes cuando era niño, mi madre se hubiera ahorrado muchos problemas. Con su voz -LA VOZ vol.II- hizo literalmente lo que quiso. Celestial y salvaje. Dulce o cargada de autoridad. Profunda y trascendente como los grandes ríos. Los de Detroit dieron una clase magistral de soul, funk y R&B que sacudió los cimientos del auditorio. Pensé en que Dios podía haberme hecho fan de Love of Lesbian y haberme impedido ver la actuación con mayor energía de la noche pero como todos sabemos Dios es negro y mujer, así que seguro que sabe lo que hace.

Foto: Toy / César Germánico.

Sin movernos de escenario, a falta de 20 minutos para la una de la noche, aparecieron en escena los londinenses Toy. Y acabaron siendo una de esas gratas tormentas de verano a las que aludía en la crónica del viernes. Al principio me pillaron frío pero corte a corte, la mayoría de su único disco Toy, Heavenly y unos pocos de su nuevo material, me fueron atrapando en su maraña de kraut psicodélico y shoegaze acelerado. Pese a la simpleza de sus desarrollos, su contundencia, las dosis justas de porquería sónica y su frescura, consiguieron cazar a un público que parecía saber a lo que venía y no paró de mover la cabeza arriba y abajo durante todo el set. Ni que decir tiene que me enamoré -sí, otra vez- de la chica que tenía al lado (la llamaremos Belleza Castaña) y, entre movimiento y movimiento rompe-cuello, fantasée sobre nuestra vida juntos mirándonos los zapatos.

No mucho después, no muy lejos de allí, Fangoria, es decir Nacho Canut + Olvido Gara (osea Alaska), hacía su aparación en el Escenario Budweiser. Todo resultó previsible: su atuendo, su cuerpo de baile de macizos y macizas, la escenografía, la aparición estelar de Mario Vaquerizo, su selección de temas… Algo que no sólo no parece importar a la gente sino que parece ser exactamente lo que quieren. Simplemente me parece que hizo disfrutar a sus fans y sí, alguna que otra vez me he tragado su reality.

 

Foto: Standstill / Jimena Sansó.

Llegadas las dos de la madrugada le tocaba el turno a Standstill. En esta ocasión presentarían Cenit, el espectáculo audiovisual que plasma su último disco Dentro de la Luz. Yo mismo y creo que otros tantos entre los congregados allí parecíamos hacernos la siguiente reflexión: «Somos fans de Standstill desde hace bastante tiempo. Realmente queremos a estos tíos por su integridad y por la gran música que nos han brindado pero su último disco nos ha dejado bastante fríos y un espectáculo que gira en torno al mismo para cerrar un festival nos genera muchas dudas. ¿Podrá reconciliarnos con su último trabajo este directo?» Pues en esas estamos cuando Enric Montefusco y compañía asaltan el escenario. Educadísimo, como siempre, el frontman catalán presenta lo que va a acontecer pero hace referencia a sorpresas y eso nos gusta.

 

Foto: Standstill / Jimena Sansó.

Cenit, a nivel escénico, es la banda tocando sobre un fondo con cinco enormes vidrieras de iglesia sobre las que van apareciendo diferentes proyecciones. Muchas de ellas parecen girar en torno al arte sacro. Todo esto sumado a diferentes efectos lumínicos y cañones de humo. Sobrio pero totalmente efectivo, empasta perfectamente con el sonido de la formación barcelonesa.

Para comenzar que mejor que «Qué no acabe el día», tema que abre Dentro de la luz. A continuación siguen con la interpretación del disco en en orden. Suenan 2Conjuro de Todos los Tiempos», «Adiós Madre Cuidate» y «Tocar el Cielo». Pero esta vez sí que me remueven por dentro. Y es que si algo ha tenido y sigue teniendo Enric Montefusco es que rezuma verdad en cada nota que sale de su garganta. Y esto es menos frecuende de lo que cabría esperar. Y es algo que les sigue haciendo únicos.

Foto: Standstill / César Germánico.

«Nos habíais prometido sorpresas». Y Enric nos empieza a cantar que se va «a inventar un plan para escapar hacia adelante». En su versión dos, eso sí. Y la gente se viene arriba. Y cuando se arrancan con «¿Por qué me llamas a estas horas?» el público enloquece. El juego de timbales de «Nunca, nunca, nunca» termina de cautivarnos y con otro clásico como es «Feliz en tu día» me hacen revivir el por qué empecé a ser seguidor de esta banda.

«La casa de las ventanas» se consolida en directo como uno de los mejores, si no el mejor tema, de su último disco y con «La mirada de los mil metros» nos ponen de acuerdo en mover el esqueleto y en que «estaría muy bien». Y para cerrar un círculo perfecto se van con la sutileza y la hondura emocional de «Un sitio nuevo». No se me ocurre mejor cierre de festival que reconciliarme con una de mis bandas favoritas. ¿Y a ti?

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