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La forma artística del tiempo

The time clock piece (1980-1981) de Tehching Hsieh

Por: Roberto Ramírez. 

El paso de los minutos, las horas, los años y los siglos ha sido una pieza esencial en el entramado artístico desde sus orígenes. En su obra El significado de las artes visuales, Erwin Panofsky plantea que la ausencia de movimiento en las pinturas egipcias demuestra la preeminencia de un cuerpo atemporal, de un ente que, sin perspectiva ni proporción, no tenía como fin la representación de sujetos reales, sino de cuerpos vacios capaces de albergar un alma nueva. No obstante, estos significados recónditos pasan a formar un centro visible de los movimientos de la conocida Vanguardia, hasta el punto en que, en el impresionismo, la sensación de congelamiento temporal se vuelve piedra angular.

En años recientes, el arte contemporáneo ha re-significado la noción tiempo, dejando un poco de lado su trascendencia intrínseca y su uso como materia representativa. Ahora, el tiempo se ha convertido en arte con y sin la mediación de la obra. Sobre esto, y refiriéndose a The time clock piece (1980-1981) de Tehching Hsieh, performance en el cual el artista golpea un reloj ubicado en su estudio cada hora de cada día durante un año, Marina Abramovic resalta el uso del tiempo que Hsieh hace: “You can’t go further than one hour from the location, you can’t sleep more than one hour. There is an incredible restrained geometry around this piece” ((Marina Abramovic, “When time becomes form”, en Amelia Groom, Time, Whitechapel Gallery, Reino Unido, 2013, p. 94.))

The time clock piece (1980-1981) de Tehching Hsieh
«The time clock piece» (1980-1981) de Tehching Hsieh

Así, esta acción tan cotidiana se ve transformada en una obra de arte gracias a la inmersión de un tiempo restrictivo que la dota, precisamente, de esa artisticidad. Es aquí cuando el tiempo, convertido ahora en concepto, se reviste de esa autonomía que antes le había sido inhibida. El extremo de dicha preeminencia puede ser localizada en creadores como Sol Lewitt, para quien “the idea itself, even if not made visual, is as much a work of art as any finished product” ((Lisson Gallery: http://www.lissongallery.com/artists/sol-lewitt, 09 de septiembre del 2014.)), recordando un poco lo planteado por el cineasta ruso Andrey Tarkovski en razón de su quehacer: “la imagen es auténticamente cinematográfica cuando (entre otras cosas) no únicamente vive en el tiempo, sino que el tiempo vive en ella” ((Andrey Tarkovsky, Esculpir el tiempo, UNAM, México, 2013, p. 76.)).

Distintos artistas han volcado su obra hacia la exploración del tiempo como noción metafísica. En su One million years (past and future), On Kawara no hace más que escribir a máquina dos millones de años, del 998,031 a. e. al 1,001,969 d. e., reivindicando la importancia y las connotaciones estéticas que tiene el tiempo por sí mismo, sin necesidad de ningún otro artificio. En Selfportrait as Kurt Cobain, as Andy Warhol, as Marilyn Monroe (1996), Douglas Gordon aglutina cincuenta años de la cultura pop en una peluca rubia, artilugio representante del paso temporal en la memoria colectiva. Por ello, sería erróneo dar al autorretrato una lectura alegórica de tres de los sujetos más populares dentro de la cultura estadounidense, en su lugar, debe ser percibida la fuerza del devenir que usa como canal a estas figuras transitorias.

"Selfportrait as Kurt Cobain, as Andy Warhol, as Marilyn Monroe (1996)" de Douglas Gordon
«Selfportrait as Kurt Cobain, as Andy Warhol, as Marilyn Monroe (1996)» de Douglas Gordon

Por su lado, otros artistas como Hiroshi Sugimoto han dispuesto su trabajo en función de un tiempo, más que nada, espiritual. En Seascapes, una de sus series fotográficas más conocidas, el creador japonés redescubre la forma primigenia del tiempo y su carácter como ente productor sin el cual la vida y lo que apreciamos del exterior no serían lo mismo, tal vez ni siquiera serían. Para él, la exacta exposición del agua, el aire y la luz en el tiempo y el espacio originó todo lo que conocemos, como si fuese un ancestro: “Mystery of mysteries, water and air are right there before us in the sea. Every time I view the sea, I feel a calming sense of security, as if visiting my ancestral home; i embark on a voyage of seeing” ((Hiroshi Sugimoto, página oficial: http://www.sugimotohiroshi.com/seascape.html, 09 de septiembre del 2014.)).

Regresando a Marina Abramovic, la artista serbia también ha manifestado, a través del performance, su simpatía por esa noción del tiempo como ente místico capaz de reinterpretar una actividad habitual, apostando a acciones que hacen del él su punto clave. En The lovers (1988), ella y Ulay, para entonces su pareja sentimental y colaborador, recorrieron desde lados opuestos la Muralla China en tres meses, sólo para encontrarse en el centro de la misma y decirse “adiós”. Este performance demuestra la descomposición que el arte contemporáneo y posmoderno ha hecho de situaciones ordinarias, en este caso un rompimiento, elevándolas, a través de la intrusión del tiempo, en obras de arte inmateriales: no son los vestigios, ni siquiera fotográficos, los que transmiten los sentimientos estéticos experimentados, es el tiempo y su distribución en los cuerpos quien lo hace.

Estas prácticas han colisionado directamente con los parajes en donde se situaba el arte hasta mediados del siglo 20, formulando nuevas teorías mucho más inclusivas y abiertas a nuevas posibilidades formales y, claro está, conceptuales. El tiempo goza de un papel dominante entre estas ideas nacientes, lo que ha provocado una amplia cantidad de obras traspasadas por el mismo y, por ende, su transfiguración conceptual, recordando así las palabras de Borges al referirse a un tiempo que, incontable, lo abarca todo: “Si el espacio es infinito estamos en cualquier punto del espacio. Si el tiempo es infinito estamos en cualquier punto del tiempo” ((Jorge Luis Borges, El libro de arena, Debolsillo, México, 2014, p. 150.)).

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