La discusión política en torno al tema de la inseguridad y violencia en México se reduce a grescas partidistas y mediáticas.
La pregunta es difícil y la respuesta aún más. En término del discurso intelectual y académico se alude básicamente a dos opciones: la primera, generar una redistribución de la riqueza mucho más equitativa -como se mencionó en el Foro Económico de Davos 2018 Premiar al trabajo, no a la riqueza-, es decir, crear mayores oportunidades laborales con salarios dignos que ayuden a reducir la pobreza y, la segunda, crear campañas y proyectos relacionados a la educación y actividades culturales-deportivas como soluciones viables a un cáncer social que nos aqueja todos los días desde hace más de una década: la violencia.
Es evidente que con el paso de los años las cosas van de mal en peor, la inseguridad y la violencia que ésta produce no es un asunto de percepción es un asunto real, entonces ¿Cómo atajar un problema de tal envergadura? ¿cómo llevar a la práctica de manera exitosa programas y campañas que reduzcan significativamente la violencia? ¿Qué hacemos como sociedad civil?
Es claro que buena parte de nuestra crisis tiene sus orígenes en la falta de oportunidades educativo-laborales y en los salarios, que no se ajusta a los requerimientos básicos de una vida con calidad y son producto de la corrupción e impunidad de un sistema depredador que quiere todo para unos cuantos y lo que sobre para todos… la ley de la selva sin más.
Entonces, si resultan tan evidentes los problemas y tenemos tan claras las posibles soluciones ¿por qué seguimos cayendo en un precipicio sin fondo? En lo personal tengo dos posibles respuestas, que no pretenden ser las únicas ni exhaustivas, por el contrario, intentan alimentar el debate, analizar otras posibilidades, otras salidas.
En primera instancia identifico algo simple pero políticamente complejo, la voluntad política, que no es otra cosa que la intención desinteresada de los servidores públicos para apoyar iniciativas que no sean las propias, a fin de que los temas pendientes de la agenda en materia de políticas públicas, económicas, educativas y culturales se destraben y se logren acuerdos para toda la sociedad, en este caso: derechos laborales y salarios justos, acceso gratuito, laico y obligatorio a la educación, incentivos económicos a actividades culturales y deportivas etcétera.
El concepto de voluntad política representa un problema para las democracias latinoamericanas, pues deja en la “voluntad” de algunos pocos un tema de interés público, es decir privilegia el interés particular de una fracción política que no representa la voluntad de un pueblo, haciendo evidente que no hay interés ni voluntad política del Estado para mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos y resolver el problema de las violencias desde ópticas mucho menos sangrientas y más humanas.
La discusión política en torno al tema de la violencia y la inseguridad se reduce a grescas partidistas y mediáticas que buscan culpables, no soluciones; que señalan, pero no proponen y se limitan a presentar iniciativas que lejos de reducir la violencia la aumentarán como la Ley de Seguridad Interior.
Por ejemplo, lejos de centrar el foco del problema en la mejora de las condiciones laborales estas empeoran –Reforma laboral 2017– y lejos de crear proyectos de inmersión colectiva (cursos, talleres, concursos, convocatorias) asociados con las artes y los deportes en grupos vulnerables estos presupuestos se recortan o se realizan gastos desproporcionados que no contribuyen en nada a la conciencia cívica y apreciación artística.
De poco sirve invertir en costosas esculturas si estas no tendrán un impacto directo en las capacidades de apreciación simbólica del arte en la población, el efecto es el contrario pues el sector vulnerable no forma parte de su propia transformación, sigue constante y permanentemente excluido de lo que podría cambiarle la vida. No se construyen espacios donde expresar emociones, donde vaciar la rabia, donde explorar y demostrar el potencial.
En segunda instancia, los medios de comunicación y producción audiovisual favorecen muy poco el cambio de percepción, debido a que excluyen de su programación contenidos críticos e informativos (por su bajo impacto comercial) y dan la bienvenida a una programación que construye estereotipos, prejuicios e imaginarios sociales falsos alimentando un ideal surrealista sobre la vida y el valor de la misma; además de articular un discurso de odio y resentimiento entre ciudadanos que se perciben a sí mismos como “dignos y decentes” contra aquellos –otros- delincuentes, asesinos que son escoria de la sociedad y viceversa, es así que en este interminable ir y venir se nos rompen las posibilidades de tejer redes de convivencia sana donde todos ganemos.
En conclusión, resulta urgente voltear la mirada con interés y voluntad hacia el meollo del asunto y evitar seguir ignorándolo, es imperativo girar el timón de un barco que cada día se nos hunde más… acabando con la vida de muchos jóvenes de este país cuya muerte es naufragio y muchos más que corren todos los días el riesgo de no llegar a puerto.
Texto: Araceli Fabián.
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