Taboo, coproducción de Ridley Scott y Tom Hardy para televisión con el sello de BBC one, es uno de los mejores productos audiovisuales que se pueden disfrutar actualmente.
Misterio, peligro y oscuridad, la suciedad de las calles del Londres de principio del siglo XIX, las capas más sombrías de la naturaleza humana en una historia cuidada con un fantástico diseño de producción. Hermosa y brutal a la vez, lo tosco se hace hermoso y viceversa en esta nueva creación de Steven Knight.
Las Islas Británicas, un pequeño territorio que siempre ha mantenido cierta independencia con respecto a las corrientes europeas que han barrido el continente. Con una población limitada si la comparamos con los niveles de creación y exportación artística siempre ha estado a la cabeza del negocio, no económicamente, pero si estilística y formalmente. Y esto es quizá por el carácter menos exhibicionista de los ingleses en comparación con el modelo yankee. Se proyecta la búsqueda de calidad y no la publicidad del gran negocio que la industria conforma. Aunque su industria es potente… ya lo creo que lo es.
Los ingleses le tienen tomada la medida a hacer series de época, no me entiendan mal, hay series norteamericanas increíbles como la fantástica The Nick (Cinemax, filial de HBO), dirigida magistralmente por Steven Soderbergh, con uno de los mejores scores que he escuchado en años a cargo de Cliff Martínez, compositor y responsable de atmósferas tan recordadas como las de Drive o Spring Breakers. O la poco conocida por el gran público pero interesantísima Turn (AMC). También está el caso de Carnivale la grandiosa y desmesurada producción de misterio y terror de HBO que naufragó por su elevado presupuesto destinado a representar la América de la gran depresión y que la audiencia no entendió en su momento, actualmente es una serie de culto, háganme caso, francamente buena.
La criatura se estrenó en BBC one el 7 de enero en Inglaterra y el 10 de enero en FX y aunque no ha sido una serie con una gran promoción, el hecho de contar con Hardy como protagonista, guionista y productor junto a Ridley Scott levantó algo de interés más allá de las pantallas anglosajonas.
Corre el año 1814. James Keziah Delaney (Tom Hardy) es un hombre que ha sido dado por muerto tras viajar a África y estar diez años sin noticias de él. James, que ha estado en los confines de la tierra a punto de perder la vida en varias ocasiones, vuelve a Londres completamente cambiado, un alma nueva y turbia donde habitan sus demonios del pasado y los rituales de los lugares donde se perdió su rastro. En el interior de su bolsillo, 14 diamantes robados.
Para los seguidores de las ficciones británicas el nombre de Steven Knight no será desconocido. Es el responsable de la que probablemente sea la mejor serie de la década, al menos para un servidor. Peaky Blinders fue una de esas sorpresas que te noquean los sentidos, un guión con una calidad fuera de lo común, un reparto de lujo, pura carne de escenario inglés, desde el actor más joven hasta el más veterano capitaneados por un Cillian Murphy en estado de gracia. Las historias de los grupos mafiosos de gitanos irlandeses como nadie había tenido agallas ni paleta de colores para plasmar. Rudeza, diálogos realistas y dramáticamente salvajes como esa violencia que, aunque totalmente justificada, te hace sentir incómodo en el sofá por la falta de coreografía de las agresiones, que resta espectacularidad hollywoodense a cambio de hacer que te tiemble hasta la retina.
Hay mucho de Peaky Blinders en Taboo. Aunque no compartan periodo histórico, argumento ni escenarios comunes, las dos están impregnadas de ese espíritu dickensiano que emana de casi todos los clásicos literarios británicos de ambas épocas. Esa propuesta plástica y de gestión de personajes, las psiques complejas de gente simples y no tan simple en la ciudad más cosmopolita de la época.
La diferencia radica en que Dickens disecciona con manos de cirujano y Knight eviscera la sociedad británica de cada época como un matarife, diestro y de finos modos, pero un matarife al fin y al cabo que abre en canal la vida que captura su cámara y deja entrar por el lente lo peor y lo mejor, personajes alejados del aburrido balance de negros o blancos de roles moralistas, personalidades con un inmenso muestrario de grises, evoluciones psicológicas interesantes y sobre todo, no tratar al espectador como si fuera idiota.
El gran acierto de la mayoría de las producciones donde el nombre de BBC aparece asociado es haber comprendido que la fusión del éxito y la calidad son claves para mantener un prestigio creativo y que ese prestigio se sostiene sobre unos equipos técnicos y humanos del más alto nivel y contar siempre con unos acertadísimos castings que llenan de espectaculares actores de reparto hasta el más ínfimo papel de la producción, eso se llama oficio y a grandes rasgos si, los ingleses lo tienen y hacen que parezca fácil, eso es lo mejor de todo.
Ocho capítulos de Taboo, no hace falta más para sentir el síndrome de abstinencia hasta saber a ciencia cierta si habrá realmente una segunda temporada, es fantástico cuando un escritor tiene la capacidad de mostrar un final que puede considerarse tanto cerrado como totalmente abierto al mismo tiempo.
Totalmente recomendada.
Texto: Javier Titos García.
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